Santo del Día | Felipe y Santiago: “Apóstoles de Cristo”

Felipe y Santiago, dos humildes galileos que encontraron a aquel, de quien escribió Moisés y los Profetas: Jesús; ellos nos recuerdan que la santidad y su consecuente apostolado son totalmente un don de Dios, y no una cuestión de logro humano

Jesús y sus Discípulos

Felipe, uno de los primeros Apóstoles

Felipe nació en Betsaida y fue discípulo de San Juan el Bautista; fue uno de los primeros apóstoles llamados por Jesús. Él fue quien preguntó a Jesús sobre la repartición de los panes: “¿Cómo vamos a darle de comer a tanta gente?” (Jn 6, 5-7), y también quien le pidió a Cristo en la última cena que le “muestre al Padre” (Jn 14, 8-11). En el Evangelio de San Mateo, le pide permiso a Jesús para ir a enterrar a su padre, a lo que el Señor le responde: “Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos” (Mt 8,21).

Después de la Ascensión, Felipe recibió el Espíritu Santo en Pentecostés, junto con los otros apóstoles y la Virgen María; luego partió para evangelizar la región de Frigia, actualmente Turquía, Hungría, Ucrania y el este de Rusia.

Felipe fue uno de los primeros Apóstoles de Jesús

Fue martirizado, apedreado y crucificado en una cruz invertida en Hierápolis. En el siglo VI las reliquias del Apóstol fueron llevadas a Roma y colocadas en la Basílica de los Doce Apóstoles.

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Santiago, el menor

Santiago es llamado el “Hijo de Alfeo” y también se le conoce como “el menor”; a él se le atribuye la autoría de la primera epístola católica. Una de sus frases más profundas y famosas es: “La fe sin obras, está muerta”.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se encuentran menciones del Apóstol, donde señalan que era muy querido por la Iglesia de Jerusalén y que lo llamaban “el Obispo de Jerusalén”. San Pablo lo considera en su carta a los Gálatas, junto con Pedro y Juan, una de las principales columnas de la Iglesia.

De igual manera, el Apóstol de los gentiles (San Pablo) comenta que después de su conversión fue a visitar a Pedro, pero no encontró a ningún discípulo sino a Santiago; incluso en la última visita de San Pablo a Jerusalén, éste fue directamente a la casa de Santiago, donde se reunió con todos los jefes de la Iglesia de Jerusalén. (Hech. 21,15).

Santiago, el menor

En los registros históricos de la época, se dice que Santiago pasaba mucho tiempo orando, por lo que se le hicieron callos en las rodillas; en sus oraciones, le pedía perdón a Dios por los pecados de su pueblo. Por esa razón, la gente lo llamaba: “El que intercede por el pueblo”.

El éxito de su evangelización provocó escándalo entre los fariseos y escribas; por ello, en un día de fiesta el Sumo Sacerdote Anás II, aprovechando la concurrencia, le dijo: “Te rogamos que, ya que el pueblo siente por ti grande admiración, te presentes ante la multitud y les digas que Jesús no es el Mesías o Redentor”. Ante este pedido, Santiago respondió: “Jesús es el enviado de Dios para salvación de los que quieran salvarse. Y lo veremos un día sobre las nubes, sentado a la derecha de Dios”.

Los sumos sacerdotes enfurecieron por esa respuesta, pues temían que todos los judíos se convirtieran al cristianismo; tomaron a Santiago y lo llevaron a la parte más alta del templo y desde allí lo echaron hacia el precipicio. El Apóstol murió de rodillas mientras rezaba: “Padre Dios, te ruego que los perdones porque no saben lo que hacen”.

Santos Felipe y Santiago, Apóstoles

Agelvis Villalonga L.