El Tepuy Sarisariñama: Los enormes abismos que esconden misterios inimaginables en plena selva venezolana

El tesoro natural Sarisariñama es un curioso tepuy que figura como una de las formaciones geológicas más antiguas en el extremo sureste del estado Bolívar.

Sus agujeros, los más grandes que existen hasta ahora, son un abismo que desborda belleza y misterio indescriptible. Es imposible saber a simple vista lo que hay en su interior. Las imponentes paredes son tan altas como el rascacielos Empire State, en Nueva York, rodeadas de una infinita selva que solo despierta el anhelo por descubrir qué existe más allá del pasadizo. Un descenso al precipicio es la ventana a lo inimaginable.

Nadie se atrevió a pisar aquel lugar hasta que el explorador venezolano Charles Brewer-Carías fijó su atención en estas simas. Pasaron varios años para completar su hazaña. Su fascinación por la naturaleza lo llevó junto a un gran equipo a emprender una de las expediciones más desafiantes de su vida al permanecer dos semanas atrapado en su interior. Entre amenazas mortales, espectros y gritos inquietantes, una ruta complicada junto a nuevas especies, la intuición y sus conocimientos fueron el mejor GPS. ¿Será que el hallazgo podría contener pistas sobre los orígenes de la vida en nuestro planeta? Comprobarlo significó un gran reto que valió la pena asumir.

El imponente tepuy Sarisariñama y sus simas gigantes fueron avistados por primera vez durante una misión religiosa para abastecer a la etnia de indígenas Maquiritare, o también conocidos como el pueblo Yekuana, en el Alto Caura. Durante el vuelo, el investigador Charles Brewer-Carías en compañía de los pilotos Salvador Mare y Harry Gibson se encontraron con aquellas depresiones en una sorprendente meseta de las que no podían determinar su dimensión.

“Llegar a ese lugar a través de nubes, de una distancia enorme, era muy complicado y había que memorizar muchas cosas por el camino ya que no había GPS, ni imágenes satelitales. Por lo tanto, las referencias que hacía iban avanzando cada vez que uno progresaba en viajes sucesivos. Pero al pasar sobre esa meseta, vimos una gran depresión, un gran hueco enorme que tampoco tenemos idea de qué dimensión era, porque no había nada para que lo midiera a escala”, recordó.

En 1964, su instinto de explorador y espíritu de conquista lo hizo regresar nuevamente hacia la parte más elevada de la sima y permitieron que otra aeronave se acercara para deducir la extensión del enigmático pasadizo. “Pudimos, en una fotografía que le hicimos al avión, medir el largo de las alas y esa medida la utilizamos como escala para multiplicarla y saber de qué tamaño aproximado, con bastante aproximación, era la boca gigantesca, la más grande del mundo, que se hundía en la cumbre de esa montaña. Calculamos en ese momento cerca de medio kilómetro de ancho”.

Desde ese momento, para el explorador venezolano quedó la intriga por descubrir qué misterios se ocultaban en esos abismos. Intentó persuadir a los indígenas para subir a la meseta, pero sus creencias los limitaban.

“Decían que había ‘suamos’, los protectores de las plantas y animales que habitaban ahí, y debíamos pedirles permiso para subir allá y no lo había. Ni los Maquiritare, ni los Sanema tenían idea de que existiese en la cumbre ningún tipo de cosas, porque no se atrevían a subir a esa montaña“, contó.

Ante la falta de convocatoria que tenía entonces el joven Charles, decidió esperar un tiempo. Pasaron 10 años cuando a través de imágenes de radar de visión lateral pudieron distinguir cómo eran aquellos huecos y sus distribuciones. Fue cuando, ya como director de Expediciones de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales decidió conformar un equipo para adentrarse por vez primera al interior de aquellas simas.

“Logré conseguir que varios científicos vinieran conmigo a hacer esa exploración. Ya había hecho una en 1970 y 1971, y descubrí las cuevas del Cerro Autana y tenía más o menos un pequeño prestigio de explorador, por lo cual, sumado a ser el director de Expediciones Científicas de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, permitió que científicos como William Phelps, Kathy Phelps, que son ornitólogos, además del gran botánico Julian Steyermark, me acompañaran“, acotó.

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El origen de la vida 

El hallazgo en este espectacular paraíso va más allá de lo que la biología podría explicar y a pesar de ser enorme, se queda pequeño con respecto al resto de la Tierra. La biodiversidad en constante evolución y la transformación de las especies son ejemplo del proceso, tal como lo explicó Charles. Luego de ser pionero en la sima de Sarisariñama, volvió en 2002 con el apoyo de su hija Karen, el herpetólogo César Barrios Amorós y el experto en hormigas Mark Moffet del National Geographic y quedaron asombrados.

“Logramos presenciar que la cantidad de ranas y plantas que habíamos encontrado en 1974 dentro de esta caverna y volvimos a recoger ahora, era totalmente diferente a las plantas que había anteriormente. La cumbre de la meseta está más o menos a 1300 metros, y el fondo de la meseta que está 350 metros más abajo, en una cota altitudinal de 300 metros era suficiente para determinar que en el fondo hubiese plantas totalmente distintas en un gran porcentaje, ya que ocurría en casi su totalidad a las que había en la cumbre. Tanto que encontramos muchas especies diferentes y esos resultados lo publicamos, obviamente con el doctor Julian Steyermark, que es el botánico que más plantas ha colectado en el mundo. Y de las ranas que encontramos, César Barrio Amorós describió seis especies nuevas en el fondo de la cumbre”, manifestó.

El botánico venezolano detalló que se encontraban frente a un proceso actual, momentáneo e instantáneo de especiación. Las ranas halladas en la sima, mutaban en nuevas especies, elegidas principalmente por el entorno y sus condiciones adversas, incluso para la vida humana.

Estábamos entrando a una sima donde no se veía ningún escape, por lo tanto, el anhídrido carbónico que producían todas esas plantas a lo largo de toda la noche podrían generar una acumulación que fuera limitante para el desarrollo de las plantas, como era obvio que no era limitante para el desarrollo de las plantas, podría serlo para formas de vida, incluso para nosotros mismos que estábamos bajando y teníamos verdaderamente un temor de empezar a sentir los efectos del anhídrido carbónico, como ocurre en las minas de carbón y en muchos lugares donde la gente pierde el sentido“.

Sin importar las décadas que transcurran, las simas de Sarisariñamas permanecerán envueltas en un gran misterio que seguirá atrapado como todo lo que intente salir de la superficie.  El autor de esta travesía confirmó que hasta el momento no se han hecho estudios sobre las aves ni insectos encontrados y por esta razón, cada expedición arrojaría nuevos indicios sobre plantas, animales y mucho más. “Los pájaros e insectos están por descubrirse, se deben hacer expediciones científicas que traigan más información al mundo de lo que hay en el fondo de Sarisariñama, porque el fondo es más ancho que la boca. Por lo tanto, son como un cono y todo lo que trate de emerger está en cierta forma aferrado adentro”.

Cuando tuvo el primer acercamiento a Sarisariñama, Charles y su equipo subieron en escalada por una de las paredes del lado sur de la meseta. Sin embargo, señaló que actualmente es más sencillo llegar a lo alto del tepuy a través de helicópteros, ya que al realizar un ascenso sin transporte aéreo se trata de un acto de aventura.

Asimismo, las expediciones conllevan el traslado de un equipo multidisciplinario para no poner en riesgo su vida. En el primer ascenso, el grupo lo integraban 25 profesionales de diferentes áreas, que incluían, además de científicos de distintas ramas, médicos, utileros, cinematógrafos, entre otros.

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