Más de 6.000 familias brasileñas ocupan un terreno en busca de vivienda digna

En tiendas de campañas hechas con cuatro palos y revestidas de plástico, más de 6.000 familias brasileñas malviven en un terreno que ocuparon en la localidad de Sao Bernardo do Campo para reclamar una vivienda digna con la que capear mejor la “crisis social” del país.

Lo que empezó siendo la madrugada del 2 de septiembre una ocupación de unas 500 familias es hoy un mar de improvisadas y precarias carpas que albergan a miles de personas y bañan esta área de 60.000 metros cuadrados, propiedad de la constructora MZM.

En apenas dos semanas, los nuevos habitantes de esta tierra, abandonada por la empresa hace más de 40 años, se han organizado con el apoyo del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), protagonista de otras ocupaciones durante este año en diferentes partes de Brasil.

“Estamos enfrentando una crisis social en nuestro país. Es una crisis social muy grande donde las personas pierden el empleo y si estaban pagando el alquiler” no tienen más condición de cómo hacerlo, explica a Efe María das Dores Cerqueira, miembro de la coordinación nacional del MTST.

Es la hora del almuerzo. Geraldo Amaro da Silva, de 49 años, se dirige a la fila para recoger su plato. Llegó hace nueve días al campamento en busca de mejores condiciones.

“Estaba de alquiler y solo comiendo huevos (…) No está fácil la situación. Desempleado… Usted sabe cómo está aquí la crisis en Brasil”, expresa a Efe.

Dice que “está viviendo porque Dios es grande” ya que tiene tres nódulos en los pulmones y es diabético.

Su intención es traerse en los próximos días a su familia y para ello, está dispuesto a montar un fogón y “alguna cosa” más para “apañarse” como puedan.

De acuerdo con datos del movimiento Sin Techo, solo en Sao Bernardo do Campo, ubicada en el cinturón industrial de Sao Paulo, hay más de 90.000 familias sin casa.

Según Cerqueira, el terreno fue ocupado porque no cumplía “una función social”, incluso “hace tres años el poder público notificó al propietario para que cumpliera con esa función social y en 2016 fue notificado nuevamente”.

“A partir de que vivir es un privilegio, como está demostrado aquí en Sao Bernardo do Campo y en todo el país, ocupar es nuestro deber porque no tenemos vivienda”, añade.

En este laberinto improvisado de barracas sin luz eléctrica ni agua corriente, todavía hoy se escucha el sonido del martillo en algunos de los pocos rincones que quedan libres, donde se construyen cocinas colectivas o más tiendas.

Cada una tiene colgado el nombre de una persona y sobre el fino plástico que envuelve la estructura, una letra G con un número para indicar el grupo al que pertenecen.

Con una hija de siete meses a cuestas, Joel Santos de Carvalho y Eliane Oliveira da Silva están desde el primer día que “levantaron los portones” del solar abandonado.

“Actualmente estoy desempleado. Hago un poco por aquí, otro poco por allá para conseguir algún dinero, pero de empleo formal, ninguno”, asegura a Efe Santos de Carvalho, quien no tiene un trabajo fijo desde febrero pasado.

Aquí, apunta, consiguen lidiar con su precaria situación: “Una persona te trae una ropa, otra un poco de leche y así es como sobrevivimos, el pueblo es unido”.

“Estamos todos en la misma causa”, subraya Oliveira da Silva.

Esa solidaridad permite que los habitantes del campamento tengan tres comidas al día, aunque no sin problemas.

La Guardia Municipal, que ha establecido un perímetro de seguridad, ha prohibido dejar entrar vehículos al recinto que permitan un abastecimiento regular de los suministros.

La Alcaldía de Sao Bernardo do Campo, defendió en una nota, a consultas por Efe, que ya existe una medida puesta en marcha desde enero para ayudar en el pago del alquiler y dijo no estar de acuerdo “con este modelo de invasión por vivienda” porque “va contra su política”.

En opinión de Cerqueira, la Alcaldía les trata “hasta con cierto desprecio” y, aunque ya se han sentado a hablar en la misma mesa, dice que las negociaciones no avanzan.

Separadas por un muro, varias torres de viviendas de alto patrón se yerguen sobre el refugio. En el decimocuarto piso de una de esas torres vive Silvia Cananea de Oliveira, con su marido y su hijo.

Ella reside bajo ese techo desde hace cinco años y dice que “nunca había visto una cosa así”. Sobre sus “nuevos vecinos”, asegura que no están ocasionando ningún problema, pero no está de acuerdo en que ocupen un terreno que “no es de ellos”.

Metros más abajo, Santos de Carvalho pide entre las carpas de plástico y un intenso calor “por una vivienda digna y justa, que todo brasileño merece, todo ser humano merece”.

“Así como nosotros tenemos un sueño de tener una vivienda, las personas de aquí también y estamos en ese sueño juntos”, reivindica.

EFE