Hoy se cumplen 94 años, del natalicio de Simón Díaz

El Tío Simón se fue por los senderos de Barbacoas, por los mismos que había llegado a las ocho de la mañana de aquel día ocho del octavo mes, en el lluvioso año veintiocho.

Fue el hijo mayor de un hogar de ocho hermanos, su padre: el maestro Juan Díaz. Su amada madre, María Márquez, a ella le hizo hermosos versos en su adolescencia:

“Y mi madre se doblaba
a orillas del río San Juan,
lavando ropa ajena
para redondear el pan”.

Doña María enviudó muy joven y la vida la llevó a luchar contra la grisura de las adversidades para levantar a sus hijos.
Entonces, Simón Narciso asumió la responsabilidad del hombre ausente.

Las palabras casi inéditas, que llevó a sus canciones, ahora las conocen todas las naciones:

“guamachito, carutal, embarbascao, terné, taguapire, morichal”. Montadas en la cometa de sus melodías recorrieron las calles de París, entraron a las viejas paredes del Carnegie Hall, retumbaron en las estepas argentinas y en los solares más lejanos de América.

El niño inquieto que acompañaba a su padre cada tarde a encender la radio en la Plaza Bolívar de su lar llanero, que soñaba con ser un cantor como Carlos Gardel o Alfredo Sadel, superó cualquier parámetro artístico y llegó a ser “El Tío Simón”: el rasgo más importante de la identidad musical venezolana.

Qué hubiese pasado si él, no se hubiera empeñado en sembrar la tonada en nuestros corazones, quizá hubiese desaparecido ese canto de faena, de poesía elemental, hermosa como una oda nerudiana, con bellas melodías expresadas en tu falsete de límpida afinación, respaldada por los acordes básicos de tu cuatro, canción de labranza.

Alí Primera lo reconoció y lo plasmó en su cantó:

“Qué sería de la tonada si no existiera un Simón”.
“La tonada es buenamoza
cuando la canta Simón
parece que sus mejillas
recobraran el color
que ha perdido nuestro pueblo
al olvidar su canción”.

Todo lo vivido lo hizo música o poesía, lo convertió en anécdota llena de un humor envolvente.

Cuando llegó a Caracas en 1948 era un muchacho veinteañero, un joven romántico que cantaba tangos, por esos días, el tango era canto mayor en este continente. Ya traía la experiencia de ser bolerista de la Orquesta Siboney, la misma donde había comenzado como atrilero.

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Compartió las clases de música del maestro Vicente Emilio Sojo, al lado de tu amigo José Antonio Abreu, quien décadas más tarde le regalaría a Venezuela el magnífico Sistema de Orquestas que tanto aplaudiste y celebraste.

En Caracas se avino a trabajar como vendedor y cobrador mientras creabas tus canciones en las noches capitalinas.

En 1954 nació “Tonada del cabrestero” la pionera de tu gran ciclo autoral:

“Camino del llano viene
puntero en la soledad
el cabestrero cantando, ay
su copla en la madrugá”.

Con su sonrisa, destello de luz que abrazaba, supo revelar la grandeza de nuestra patria, con símiles sencillos descifró los misterios del amor y la querencia. Describió el nacimiento del Niño Dios en pleno llano:

“La vaca Mariposa tuvo un terné
un becerrito lindo como un bebé
los arroyitos todos le llevan flores por el amanecer
y ella lo esconde por los mogotes que no se ve”.

El querido Simón Narciso Díaz, nos dejó una obra colosal, una inmensa producción recogida en 70 álbumes, que son banderas sonoras, izadas por múltiples intérpretes en diversos idiomas. Una de ellas, “Caballo viejo” animal que tanto amó, admiró, en él se reflejaba, fue su leal compañero, poderoso campeador.

El caballo le permitió describir el tema más universal que podemos pensar: el amor, el hombre enamorado en el ocaso de su vida. Tantas voces lo han interpretado y lo seguirán cantando eternamente:

“Caballo le dan sabana
y tiene el tiempo contao
y se va por la mañana
con su pasito apurao
a verse con su potranca
que lo tiene embarbascao”.

También le compuso a su admirado equino en tiempo de danzón, recordando tus días de temprana carrera con  la Siboney, lo tituló “Mi caballito”:

“Regresa pronto
caballito primoroso,
taguapire milagroso,
ayúdame a resolver.
Porque los hombres
no son hombres verdaderos
cuando pierden su sombrero
su caballo y su mujer”.

El Tío Simón se enamoró de Caracas, la ciudad de Billo Frómeta, la sultana del maestro Sojo, la urbe al pie del Ávila donde fue locutor en la radio pionera de los años 50, animador de televisión, actor de cine, humorista genial:

“Una mujer con dos hombres
yo la llamo precavida,
si se le apaga una vela
otra le queda encendida”.

Fueron tantas las ocasiones en que compartió el escenario con su hermano menor Joselo, que de seguro, está tumbando mangos, haciendo chistes y riendo a su lado en las sabanas del cielo.

En una ocasión contó, que te llamaba

a menudo para saber de él, y cuando le contestaba su cuñada Betty, raudo y en tono típico llanero le decía: “Señora por favor, con el fósil…”.

Vieron triste a Pedro Almodóvar, apenado al saber de su partida en 2014, el célebre manchego que te incluyó un su cinta de 1995 “La flor de mi secreto”, la magistral interpretación de “Tonada de luna llena” en la voz del carioca Caetano Veloso:

“Yo vi de una garza mora
dándole combate a un río
así es como se enamora
tu corazón con el mío”.

Luego de finalizar una función de su gira “Caballero de fina estampa,” Caetano declaró en su portugués musical:
“Al cantar la tonada de Simón el público hace un silencio profundo, casi místico. Por ello prefiero cantarla a cappella, como me contaron lo hacían los llaneros en las madrugadas de labranza”.

Sus hijos se multiplicaron, la familia que levantó junto a tu esposa Betty creció, ahora llega a casi 40 millones, y todos estamos bajo tu manto paternal, unidos por su voz, espantando pesares con tu sombrero.

Recuerdo la ocasión cuando declarabas a tu amigo Pedro León que no tenías temores, pues tu corazón estaba acorazado por el amor:
“A Dios no le temo, sino que lo amo y le agradezco que me haya cuidado tan bellamente”.

Tu querido colega catalán Joan Manuel Serrat, habla desde su admiración:

“Simón no es una canción, es una obra”. Y yo me pregunto: ¿A cuántos países llegarán ahora las partituras de tus obras, ahora que te has librado de tu cuerpo de 85 años, maltrecho por los padecimientos, los estragos del tiempo: y te has convertido en melodía universal, absolutamente libre?

Ese Dios de amor al que le orabas en sus madrugadas, “cuando los chinchorros se mueren de soledad” te recibió en el febrero mustio, exactamente el día 19, a las ocho de la mañana, de 2014. Nos dejó un silencio largo y espeso.

Los técnicos de la comunicación digital dijeron que fuiste tendencia, los noticieros te reseñaron como el más grande exponente de la canción folclórica venezolana.

Yo te declaro: el compositor que mejor llegó al corazón de esta tierra, lo tocó y lo hizo tonada. El alma venezolana la elevaste a lo más azul del cielo, donde ahora te encuentras.

Con información de: Noticias Barquisimeto