Trump o la crisis de la democracia en Estados Unidos

El primer debate presidencial fue caótico. Esa es la primera palabra que surge en la mente, pero es imprecisa. En realidad, resultó aterrador.

El primer debate presidencial fue caótico. Esa es la primera palabra que surge en la mente, pero es imprecisa. En realidad, resultó aterrador.

Todos los temas del mismo se reducen a “minucias” ante dos conclusiones, evidentes y duras, que el presidente Donald Trump mostró sin pudor: no está dispuesto a aceptar una derrota y apoya sin tapujos a los supremacistas blancos.

Lo demás, como la destrucción del Obamacare, las falsedades en sus declaraciones fiscales, su evidente racismo o el desprecio hacia la vida humana frente a las acciones bursátiles es sin duda tremendo, pero siempre quedaba la esperanza de poder frenarlo, aunque fuera en cierta medida.

La noche del martes Trump nos tiró a la cara que no piensa frenarse y tampoco irse de la Casa Blanca.

Cuando Chris Wallace lo obligó a definirse sobre los grupos supremacistas blancos, se limitó a exclamar: “¿Proud Boys?, apártense y estén listos”. ¿Estén listos para qué? ¿Esperar qué? Su afirmación da miedo.

El presidente apeló, como siempre, al fantasma del comunismo. Pero dicho fantasma ya no recorre el mundo y nunca recorrió Estados Unidos. Hablar de Antifa como una organización terrorista no es más que un pretexto autoritario que podría tener graves consecuencias. En primer lugar porque Antifa no es una organización sino —como lo ha reconocido el propio FBI— un movimiento.

Es cierto que dicha distinción no excluye la condena de muchas de sus tácticas, pero permite señalar que el mayor peligro, en cuanto a terrorismo nacional, se encuentra en el otro extremo: los grupos y organizaciones de extrema derecha. Y así aparece planteado por el FBI.

“El extremismo violento por motivos raciales”, principalmente de los supremacistas blancos, ha constituido la mayoría de las amenazas de terrorismo nacional, dijo Christopher A. Wray —el actual director del FBI— al Comité de Seguridad Nacional de la Cámara de Representantes durante una audiencia el jueves 17 de septiembre, según informó The New York Times.

Si el presidente les pide calma y paciencia a los supremacistas blancos, no puede interpretarse de otra manera que como un llamado a dejar pasar las elecciones, y que una vez reelecto los terroristas serán recompensados por la espera.

Por otra parte, el engaño de considerar al Partido Demócrata como una agrupación de extrema izquierda no es más que un truco recurrente, pero que no deja de resultar efectivo entre incautos y mal intencionados.

Para ello a veces basta con mencionar a la representante Alexandria Ocasio-Cortez, una figura mediática pero que no ejerce una función determinante dentro del Partido Demócrata.

Menos popular que Ocasio-Cortez, ignorado por muchos, es el representante Derek Kilmer, procedente de una región maderera del estado de Washington.

Sin embargo, Kilmer preside el mayor grupo ideológico de los demócratas de la Cámara, la Nueva Coalición Demócrata, un “caucus” de legisladores de tendencia moderada y de centro-izquierda que cuenta con 103 miembros, de los cuales 42 ganaron sus escaños en las últimas elecciones legislativas —lo que le permitió a su partido la mayoría en el Congreso— y quienes declaran entre sus prioridades el crecimiento económico, la innovación y la responsabilidad fiscal.

Así que poco hay que temer que las “hordas comunistas“ se apoderen de Washington DC. El peligro viene por la parte contraria.

Lo que sí es motivo de alarma es la renuencia de Trump —reiterada en el último debate— a declarar que aceptará la derrota en las urnas. Junto con ello, su convocatoria a que sus partidarios se presenten en los centros de votación para “garantizar que no se cometan fraudes”.

Conociendo como se comportan muchos de esos partidarios, y las intenciones del presidente, hay razones para sospechar de que lo que se busca es que realicen una labor intimidatoria.

En Miami no hay que ser muy paranoico para temer que eso vuelva a ocurrir. Basta con recordar los sucedido en las elecciones del año 2000.

Garantizar la permanencia del proceso democrático, que es lo opuesto a una continuidad de Trump en la Casa Blanca, requiere un esfuerzo múltiple. Quizá más de una oportuna llamada, de uno o varios poderosos y opulentos, al celular de Trump. Pero sobre todo una participación masiva en las urnas. Y todo parece indicar que habrá que ir a votar físicamente. Con máscara y hasta con paraguas.

POR ALEJANDRO ARMENGOL/ Nuevo Herald