San Pablo Miki y los Mártires del Japón

En el rostro de todos se veía una alegría muy grande, repetían continuamente: “Jesús, José y María, les doy el corazón y el alma mía”

Pablo Miki nació en Kyoto en 1556 en el seno de una de las primeras familias acomodadas y convertidas al catolicismo en Japón; bautizado a los cinco años con el nombre de Pablo, fue educado desde temprana edad por los Jesuitas, formación que marco su entusiasmo de vivir el Evangelio a plenitud y lo convirtió en un gran predicador y evangelizador con solo 22 años, siendo el primer religioso asiático en ingresar a la Orden.

Al recibir la Ordenación Sacerdotal el Superior de los Jesuitas en Japón le asigna la tarea de ir por todo el país a predicar el Evangelio; misión que dio frutos casi inmediatamente gracias a su gran conocimiento sobre la religión oriental, y a su testimonio de vida, atrajeron a cientos de paisanos a la Iglesia católica.

San Pablo Miki

La semilla cayó en tierra fértil

Ya desde 1549 con la llegaba San Francisco Javier a sembrar el Evangelio en la región eran varios los miles de cristianos en aquel país, por lo que, al Padre Pablo Miki y a otros compañeros, les tocó regar la semilla y cuidar de aquel gran campo en el que se convertía la Iglesia japonesa. Fueron años de mucha actividad y fecundidad apostólica, a tal punto que el nuevo gobernante Shogun Hideyoshi envía una delegación a Roma en 1582 para manifestarle al Papa Gregorio XIII su cercanía y consentimiento por la nueva religión.

Pero, ¿quién se podría haber imaginado que esta situación tan favorable para el catolicismo se tornaría en una feroz persecución?; Hideyoshi incitado por sus colaboradores y los principales líderes budistas, prohibió el cristianismo, alegando que la nueva religión era una amenaza para la unidad nacional, y decretó en 1596 que todos los misioneros católicos debían abandonar el Japón en el término de seis meses. Pero los misioneros, en vez de huir del país, se escondieron para seguir ayudando a los cristianos.

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Encadenados corporalmente, pero Libres espiritualmente

Al ser descubiertos fueron capturados, en total eran 26 los misioneros encarcelados; a todos les cortaron la oreja izquierda como escarmiento y para atemorizar e infundir miedo a los cristianos y a todos los que quisieran profesar la religión del crucificado. Ensangrentados los pasearon descalzos como delincuentes, durante un mes, por varias ciudades en pleno invierno hasta llegar a Nagasaki, donde serian ejecutados.

Todos sufrieron el mismo suplicio de su Maestro, en una colina fueron crucificados uno al lado del otro, atándolos con cuerdas, cadenas y sujetándolos al madero con una argolla de hierro al cuello; todos en acción de gracias a la bondad de Dios, repetían al unísono aquellas frases del salmo 30: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Los 26 mártires del Japón

Último Sermón

El Padre Pablo Miki vio aquella cruz como el púlpito más honroso que había conseguido, y comenzó a predicarle a todos los presentes que moría por el Evangelio y que daba gracias a Dios por haberle concedido el privilegio de propagar la verdadera religión, y culminó diciendo: “el mejor camino para conseguir la salvación es ser católico, y yo perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio”. A las pocas horas los verdugos sacaron sus lanzas y atravesaron a cada uno de los crucificados con dos lanzazos, poniendo fin a sus vidas.

Los Mártires del Japón

Los que murieron el 5 de febrero de 1597 en Nagasaki fueron 26; 3 Jesuitas, 6 Franciscanos y 17 Laicos Católicos Japoneses, entre ellos unos adolescentes. Los Jesuitas eran: San Pablo Miki, San Juan Goto y Santiago Kisai; Los Franciscanos son: San Felipe de Jesús (de México), San Gonzalo García (de la India), San Francisco Blanco, San Pedro Bautista y San Francisco de San Miguel; entre los Laicos estaban: San Cayo Francisco (Soldado), San Francisco de Miako (Médico), San Leon Karasuma (de Corea) y tres chicos de trece años: San Luis Ibarqui, San Antonio Deyman, y San Totomaskasaky.

Papa Francisco ante las Reliquias de San Pablo Miki en Nagasaki

Beatificados en 1627 por el Papa Urbano VIII, y proclamados Santos en 1862 por el Papa Pío IX, instituyéndose su memoria litúrgica cada 6 de febrero.

Que San Pablo Miki y sus compañeros mártires nos permitan liberarnos cada día de todo aquello que nos pesa y nos impide caminar con humilda y caridad, pero sobre todo que nos ayuden a dejar a un lado las “apariencias”, para vivir plenamente el martirio del servicio cotidiano y silencioso, especialmente hacia los más necesitados.