¿Ritual, adicción o necesidad? Barquisimetanos revelan su relación con el café

Para muchos, no es solo una bebida. El café es un ritual, un despertador de los sentidos y un punto de encuentro social profundamente enraizado en la cultura barquisimetana. Desde el «guayoyo» de la mañana hasta el «cerrero» de la tarde, su consumo va más allá del simple gusto y se ha convertido en una costumbre diaria que energiza a la ciudad.

En cada esquina, en cada panadería y en los hogares larenses, el aroma a café recién colado marca el inicio de la jornada. Lo que para otros puede ser una simple taza, para los barquisimetanos es un momento de pausa, un espacio para conversar y, en muchos casos, un escape.

¿Ritual, adicción o necesidad?

Cuando se les pregunta a los barquisimetanos si el café es una adicción, las respuestas son variadas. La mayoría lo ve como una necesidad para poder cumplir con el ritmo del día.

Para Freddy Guevara, el café es una tradición familiar. «Yo preparo el café cargadito, así es que siempre me ha gustado. En la casa siempre se ha hecho así», comenta. Guevara lo define como un momento social, pues «es muy tradicional beberlo con la familia o las visitas en las tardes» y, en su caso, consume unas dos tazas diarias.

Michell Pérez Rodríguez lo considera una parte esencial de su vida. «Me quita el dolor de cabeza cuando ando mal», afirma. Para evitar las molestias matutinas y vespertinas, el café se ha vuelto parte de su día a día. «Yo creo que me tomo un termo completo al día, me gusta el café un poco fuerte y más sabroso con un poquito de azúcar».

Para Orlando Marín, el consumo de café es de larga data. «Yo tomo café desde que tengo cinco años, forma parte de mi rutina diaria. Si no tomo café ando ‘enfotao'», asegura. Su preferencia es clara: «lo tomo negrito y con azúcar».

Por otra parte, hay quienes evitan su consumo debido a problemas de salud. «Yo no tomo café porque me hace daño, me ocasiona dolor en el estómago, gastritis y reflujo», comparte Nohemí Chirinos.

El arte de preparar un buen café no se limita al hogar. Miguel Parra, un vendedor de café ambulante, describe su método: «Monto el agua, le echo el azúcar y el café, espero que se asiente y lo saco de la olla. Ahí lo pruebo, pero la mayoría de las veces queda normalito».

Parra también advierte sobre la calidad del producto. «Es mejor comprar café de marca, esos ‘kiliaos’ (de dudosa calidad) hay que estar muy pendiente porque la mayoría de los ligan», aconseja, mientras ofrece su producto por 40 bolívares el vasito o tres por 1$.

El café en Barquisimeto es mucho más que una bebida. Es una costumbre arraigada, un ritual social y un motor indispensable para el día a día. Una bebida que, más allá de la cafeína, se ha convertido en un símbolo de la vida cotidiana de una ciudad que se mueve, se encuentra y se energiza a sorbos.

Carla Martínez / Noticias Barquisimeto