El Papa Francisco introdujo el rezo a la Madre de Dios del XXV domingo del Tiempo Ordinario, con las palabras de Jesús, en la parábola de los obreros de la viña, que leemos en el Evangelio según San Mateo (20,1-16).

El Señor nos «quiere comunicar dos aspectos del Reino de Dios: el primero, que Dios quiere llamar a todos a trabajar para su Reino; el segundo, que al final quiere dar a todos la misma recompensa, es decir la salvación, la vida eterna».

Poniendo en guardia contra la envidia de algunos ante la generosidad de Dios, el Obispo de Roma hizo hincapié en que, por suerte, la recompensa proviene de la justicia divina y no de la humana.

«Es decir, la salvación que Jesucristo nos ha comprado con su muerte y resurrección. Una salvación que no es merecida, sino donada, por lo que ‘los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos’ (Mt 20,16).

Tras reiterar que «con esta parábola, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y generoso» y que «se trata de dejarse asombrar y fascinar por los ‘planes’ y ‘caminos’ de Dios, que como recuerda el profeta Isaías, no son nuestros planes y no son nuestros caminos (cfr Is 55,8)», el Papa recordó que los planes humanos están marcados a menudo por egoísmos y conveniencias personales y que nuestros estrechos y tortuosos senderos no son comparables a los amplios y rectos caminos del Señor. Él usa misericordia, perdona ampliamente, está lleno de generosidad y de bondad que derrama sobre cada uno de nosotros, abre a todos los territorios sin límites de su amor y de su gracia, que solamente pueden dar al corazón humano la plenitud de la alegría».

Información de: RV