Niño de 14 años es un exitoso vendedor de chanclas

Andrés López tiene solo 14 años, pero talento de sobra. Con sus manos ensambla chanclas, ‘cholas’, como se les llama en Venezuela, valiéndose de materiales desechados.

Para la suela utiliza caucho de neumáticos. Primero descuartiza, luego moldea. Cose con agujas extraídas de tacones de mujer. Es un trabajo minucioso.

«Había gente aquí, en Ciudad Bolívar, que ya las hacía. Pero les quedaban torcidas. A mí me quedan derechas», dice, con satisfacción, a BBC Mundo.

Como casi todo el país, la ciudad sufre los estragos de la hiperinflación, la falta de acceso a dólares, moneda que de facto permite sobrevivir, y el elevado precio de productos básicos.

Fue en este contexto donde López, producto de la casualidad, la necesidad y sobre todo el talento, inventó un negocio para ayudar a su familia a sortear las dificultades cotidianas de la nación sudamericana.

Extravío convertido en negocio

Todo comenzó por un descuido.

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Andrés López perdió sus chanclas y no había dinero para comprar unas nuevas.

Vive con su madre, su hermano de 17 años y su abuelo. La madre se llama Carla Cabrera y no puede trabajar porque sufre anemia severa y debe quedarse en casa.

«Entonces cogí un poco de caucho para hacerme unas para mí mismo. Quedaron bien y pensé en que las podía vender», cuenta el adolescente.

«A raíz de mi enfermedad, el niño se animó a vender cholas», dice su madre.

La decisión vino provocada por las dificultades familiares para conseguir dólares en efectivo y comprar comida.

La creatividad y habilidad artesanal las heredó Andrés de su abuelo, un carpintero español que conservaba su taller al lado de la casa.

Abuelo y nieto pasaban varias horas juntos y Andrés aprendió así a usar sus manos.

El niño solía buscar el caucho desechado por ahí, cerca del barrio, pero últimamente escasea y ahora debe comprarlo o cambiarlo por algunas de las cholas.

«La suela y el hilo las saco del caucho. Las agujas, de la parte trasera del tacón de las mujeres. La agarro, la pulo y le hago una punta», describe.

La falta de dólares y el escaso valor del devaluado bolívar es tal en Venezuela que, al comienzo, a veces no recibía dinero por las chanclas. Debía hacer trueques.

«Las cambiaba por harina u otro alimento, aunque yo le insistía en que siempre tratara de venderlas para que también pudiera comprarse algo para él», cuenta Cabrera.