Muere Carlos Melero: Quien fue mucho más que un “técnico de sonido”, y registró el paso por el país de Bill Evans, Count Basie y otros artistas

Carlos Melero
Carlos Melero

A los 87 años, este jueves 24 de junio, murió en su casa de Villa Crespo Carlos Melero, el dueño de la memoria sonora del jazz y responsable de haber hecho que muchas de las más grandes figuras del género y de otros estilos sonaran de manera inmejorable en cualquier escenario de nuestro país.

“Una vez me tocó trabajar con Weather Report, y mientras estaba poniendo los micrófonos y armando todo el sonido, su tecladista y pianista, Joe Zawinul, me preguntó cuál era mi profesión. ‘Sonidista’, le dije. Mi respuesta no lo conformó”, contaba Melero en una entrevista para Clarín, exactamente dos años atrás.

Sentado entre un grabador a cinta Revox y un piano de cola en línea con su propia elegancia, siguió adelante con su anécdota: “Yo veo que usted hace otra cosa, pone los micrófonos con buen criterio, hace cosas que nunca vi… Eso es algo más que sonidista. En nuestro país se le llama ingeniero de sonido”, recordaba que le había dicho Zawinul.

nmediatamente, fiel a una humildad que fue su marca de identidad, según cuentan quienes lo conocieron de cerca, le confesó a Zawinul que él jamás había estudiado ingeniería de sonido. “‘Entonces -agregó que replicó el músico-, tiene que figurar como ingeniero de sonido sin título’.”

La música por distintos medios 

Lo cierto es que lo que Melero había intentado a través del estudio fue llegar a músico. Para eso, se formó con los maestros Virtu Maragno, E. Bosch y Luis Lavia, Washington Castro, Francisco Maragno, Juan Pedro Franze, Jorge Martínez Zárate y Enrique Belloc, después de haber dado los primeros pasos en su Santa Fe natal.

“En todos los pueblos había una profesora que enseñaba teoría y solfeo, algo que yo odiaba, porque era pura matemática”, señalaba en aquella entrevista, en la que también reconoció que sus limitaciones como intérprete lo llevaron a buscar otra vía de conexión con la música.

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A fines de los años ’60 y con equipos suministrados por representantes de firmas comerciales nacionales y extranjeras, Melero inició su aprendizaje en el uso de los sistemas de sonido profesionales. Utilizó la sala del desaparecido Teatro Embassy como laboratorio de ensayos y pruebas.

En ese momento, Melero comprobó que su sólida formación musical no había sido adquirida en vano, y que junto a su conocimiento del inglés (idioma en el que se encontraba toda la bibliografía técnica en la época), posibilitaron un rápido aprendizaje del oficio que, en su caso, siempre estuvo regido por parámetros musicales antes que técnicos.

“Yo nunca quise lucir los equipos, sino el programa musical. Nunca desvirtué un piano de cola para poner un micrófono, sino todo lo contrario: todo al servicio del instrumento”, destacó durante otra entrevista, publicada por revista Ñ.

Ese vínculo que buscaba con la música llegó de la mano del representante de artistas Alejandro Szterenfeld, de la agencia Conciertos Gama, quien mientras Melero trabajaba en la casa de audio Holimar, le anticipó que en el termino de un año comenzaría a traer al país a grandes figuras del jazz y que, si estaba preparado, contaría con sus servicios para hacer el sonido de los conciertos.

Seis meses más tarde Szterenfeld le estaba ofreciendo amplificar las voces de una obra sinfónica del compositor italiano Luciano Berio, en el Teatro Nacional Cervantes. “¿Te animás?”, contó que le preguntó el empresario, y él no dudó en decirle que sí.

Cinco décadas junto a los más grandes

Aquello fue el punto de partida de una trayectoria de cinco décadas que siguió “con Count Basie, Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Michel Petrucciani, Earl Hines, Teddy Wilson, Erroll Garner…” y la lista de grandes de género sigue.

Pero aunque la historia de Melero estuvo atravesada fundamentalmente por la del jazz que sonó entre los ‘60 y los ‘90, estuvo lejos de agotarse allí. “Trabajé muchos años con Ariel Ramírez, con Aníbal Troilo, con Piazzolla, la Orquesta de tango de Buenos Aires dirigida por Raúl Garello y Carlos García”, resumió, con un tono pausado que aún resuena en mi memoria como el marco sonoro de sus palabras.

El otro marco, el espacial, lo definían los cuadros que seguramente siguen revistiendo las paredes de la sala con imágenes que testimoniaban en tiempo real cada una de sus palabras. Y ahí seguirá estando él con Bill Evans; más allá, con el pianista catalán Teté Montoliu; también en la foto de Carmen McRae, con dedicatoria incluida; y junto a Sarah Vaughan.

Su prestigio lo llevó también a trabajar con los MIA (Músicos Independientes Asociados) y con Luis Alberto Spinetta. “Me tocó hacer Invisible en el Coliseo y me acuerdo que no tenía la menor idea de qué era, pero los ensayos fueron muy intensos, y me di cuenta de que me faltaban conocimientos en la distribución de los micrófonos. Pero la grabación salió fenómena”.

Es que desde sus inicios, Melero se ocupó de registrar los conciertos en los que le tocaba trabajar, aunque sin más intención que la de poder disfrutarlos sin la presión de cumplir correctamente con su tarea. “Los grababa para, después de llegar a mi casa, servirme algo para tomar y escucharlos tranquilo”,aclaraba. 

En todo caso, su inquietud como “editor” la sació en sociedad con Iván Cosentino, Nora Raffo y Nelson Montes-Bradley, con quienes fundó el sello discográfico Qualiton dedicado a compositores e intérpretes argentinos y enfocado -en sus inicios- en la investigación musical etnográfica folclórica argentina.

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Grabar para escuchar​

Pero sus grabaciones de figuras como Stan Getz -para su concierto, se hizo fabricar una banqueta especial que le permitiera ocultar el grabador-, Count Basie y Sarah Vaughan, muchas veces acompañados por formaciones que armaban únicamente para venir a América del Sur pero que nunca pisaron un estudio, estaban destinadas a enriquecer un patrimonio personal que solía compartir con su entorno más o menos cercano.

Sólo que ese entorno, a juzgar por la experiencia personal, se iba ampliando en la medida en la que Melero comprobaba que su interlocutor de turno compartía con él el amor por la música. Sobre todo, por aquella hecha en el aquí y ahora de un escenario.

“Tengo oídos analógicos. Reconozco que la técnica digital sirve para muchas cosas, que transforma y aporta mucho, que ofrece más recursos para trabajar y ayuda a recuperar cosas. Pero estamos hablando de sonido de estudio, y yo nunca fui amigo de los estudios de grabación”, señaló.

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Carlos Melero dejó de trabajar en 2014, tras haber estado a cargo del sonido del Teatro Gran Rex entre 1989 y ese año, junto a Ángel Itelman. “Dejé mucho antes que se me afectara el oido por los años. Mi trabajo con el sonido duró mientras aún no te rompían el oído con el volumen”, contó.