“La simulación como política”. Artículo de opinión de Enrique Ochoa Antich

Venezuela se encuentra atrapada en las tenazas de dos lógicas ficticias, de dos grandes simulaciones, y parece precipitarse fatalmente hacia un holocausto de sangre, violencia y guerra. Los actores principales de esta malaventura, cada uno jugando a su propia fábula como si fuesen (niños terribles), conjuran con liviandad demonios que una vez desatados no serán aplacados sino con muerte y devastación. Y como en toda conflagración prebélica, ya la verdad es la primera víctima.

“Para cada parte su propio relato es, el del otro no”: en esta orgía de la idiotez que son las redes, para usar la dura caracterización de Umberto Eco, la veracidad de cada información viene dada por quien la promueve sin importar su evidencia: si lo dice uno de los míos es cierto, si lo dice el enemigo es embuste.
Por momentos siente uno *el cansancio de la razón*. Provoca ponerse al margen, ver pasar el desfile. En momentos de primitiva exaltación, la moderación democrática no paga. Al final *se requiere más valentía para proponer el diálogo que para decretar su muerte*.
Los malos están allá y aquí los buenos. Ante cada evento, violento o no, los polos procuran constreñir la realidad a su peculiar parecer. *Cualquier duda es una traición*. Si yo digo aquí que la causa última de la guerra es Maduro, que debe irse como condición de la paz, que el suyo es el peor gobierno de toda nuestra historia, sus conmilitones me acusarán de ser vasallo del imperio. Pero si exijo negociar con él en su condición de presidente en ejercicio de la república, y me niego a una resolución violenta de la crisis nacional, entonces soy un tibio, un colaboracionista, cómplice de la dictadura, del régimen narco-terrorista y no sé cuánta cosa más.
A la simulación como política la acompaña la manipulación. La escaramuza del puente, pongamos por caso. Si un camión con ayuda humanitaria es consumido por las llamas, debo, a juro, culpar a los funcionarios del gobierno. Porque si pongo en duda la especie, si tengo la osadía de mirar con detalle la fotografía del evento que pone al furgón en territorio colombiano, del otro lado de la barrera militar venezolana en todo caso, si se me ocurre considerar siquiera la posibilidad de que quienes manejaban bombas incendiarias (los opositores, como sabemos) prendiesen fuego al vehículo así haya sido por error, entonces soy un agente tarifado por el gobierno. Pero todos, unos y otros, al instante, sin escrutar los hechos, ya dan por sentada su propia versión sesgada del evento. Por cierto, observo que este infame episodio es usado planetariamente como justificación de una intervención militar extranjera en suelo venezolano: claro, si el ignominioso régimen es capaz de tal atrocidad, merece que se le derroque a la fuerza, aunque el costo al final se pague en miles de vidas humanas y en destrucción del país.
Por otra parte, la violencia del otro, real y ficticia, sirve para evadir algo que cualquier dirección política estaría haciendo en este momento: evaluar si fue o no un error la consigna del “Sí o sí”, necio inmediatismo que, al no verificarse, como era previsible, sólo ha provocado desencanto y desmoralización.
Porque en realidad estamos en presencia de una muy elaborada estrategia (el Departamento de Estado sabe de eso) orientada a hacernos creer que la guerra es necesaria. Sí, claro, se requiere cooperación internacional. Sí, esta ayuda podría ingresarse con el apoyo del sistema de las Naciones Unidas. *¿Pero alguien duda aún que se usan estas donaciones como mascarón de proa de una intervención militar extranjera?*
Dictadura no sale con votos, dicen los trapisondistas de oficio, aunque la historia universal pruebe exactamente lo contrario. ¿Cómo puede dialogarse con un gobierno que es capaz de quemar alimentos y medicinas? Víctimas de esta colosal operación psicológica, ya muchos de quienes defendían con reciedumbre la ruta democrática se han convertido en contemporizadores del extremismo. Así se va logrando que una porción cada vez mayor de venezolanos coquetee con la iniciativa claramente en marcha de invadir nuestro territorio con un ejército aliado gringo-colombo-brasileño. Si alguna duda quedaba de que este plan avanza, las más recientes declaraciones del presidente de la AN lo confirman. Y es que comienza a estar claro que, sin intervención militar, esa estrategia del no-diálogo, del todo o nada, del *cese a la usurpación* porque yo digo, parece condenada al fracaso.
Se trata de una maniobra que nos lleva nariceados (como al ganado) a la conflagración violenta (acariciada desde hace mucho). El extremismo, autoritario por naturaleza, jalona los acontecimientos vía hechos cumplidos: hechos cumplidos fueron el golpe de Estado de Carmona en 2002, luego el paro indefinido, la abstención de 2005, las guarimbas y ahora la groseramente inconsulta auto-juramentación en plaza pública. Así, como hecho cumplido, llegará un día el estruendo sangriento de la guerra.
Por su lado, los maduristas se atrincherarán en su propia ficción: la de una supuesta revolución impoluta agredida por el imperio que no quiere que su faro igualitario alumbre a los engañados pueblos latinoamericanos. Pura fábula, señores. Según esta quimera patética, el gobierno no sería culpable de nada. Como si no hubiera habido voces que a gritos alertaron a este respecto, la delirante hiperinflación que padecemos sería obra de una malévola campaña dirigida desde Wall Street y Dolar Today, no la resulta del demencial déficit fiscal, de una torpe política monetaria, de la destrucción del aparato productivo, de la vertiginosa caída de la producción petrolera y de la más degradante corrupción de que tengamos memoria.  Cuando se inmolen (algunos de ellos, porque los capitostes volarán raudos y veloces a otros destinos) frente al más poderoso ejército que la historia haya conocido jamás, y con ellos  inmolen al país entero, nunca admitirán que hasta aquí nos trajo su obstinación en no negociar nada, su manía perpetuacionista, su determinación de arrinconar a sus adversarios hasta el extremo de la desesperación, su decisión de atropellarlo todo y a todos, su vetusta visión de los asuntos económicos que provocó la crisis económica más profunda de toda nuestra historia al menos en siglo y medio y una verdadera catástrofe social saldada en sufrimiento para aquéllos que dicen defender: los más pobres, y sus continuas e innecesarias provocaciones a los Estados Unidos como si eso se pudiese hacer impunemente.
La exageración también forma parte de esta estrategia de simulaciones. Vargas Llosa llegó a escribir que en Venezuela tenemos no hambre por inflación sino una ¡hambruna generalizada!, y Duque dice que la de Maduro es la dictadura más oprobiosa ¡de toda la historia latinoamericana!, olvidando las monstruosas dictaduras militares del Cono Sur y de América Central (todas apoyadas por los EEUU, (by the way).  Tanta ridiculez junta no merece ser comentada.
Así andamos, pues, prisioneros de este cepo trágico. Queda sólo refugiarse en un testimonio personal, con poca, muy poca incidencia política real: pregonar agónicamente el diálogo, la negociación, el acuerdo, el voto y la paz. Me niego a aceptar que los venezolanos tengamos que escoger entre la mengua y la guerra. Me niego a aceptar que los venezolanos tengamos que escoger entre el hambre y la metralla. *Ni Maduro ni Trump*. Hay otro camino, el de otra Venezuela, una Venezuela posible, de progreso para todos, de libertad, tolerancia y reconciliación. Podemos acceder a ella si la mayoría moderada de lado y lado se acordase en un solo propósito, en un solo programa. Doloroso sería, ¿será?, observar con impotencia que los extremos del odio, la violencia y la guerra consigan imponerse por sobre el amor, la razón y la civilidad.
Enrique Ochoa Antich