El corazón de nuestra ciudad, ese centro vibrante y ruidoso que muchos de nosotros transitamos a diario, esconde una paradoja tan antigua como sus calles, desde hace décadas, la imagen de los buhoneros apostados en cada esquina, con sus mercancías desbordando aceras y, a veces, invadiendo la calle, ha sido un tema recurrente en el debate público. ¿Es esta ocupación del espacio una muestra de caos o, por el contrario, una tabla de salvación para miles de barquisimetanos que luchan por sobrevivir?
La escena es familiar para cualquier larense. Caminar por la Avenida 20, implica sortear toldos improvisados, escaparates de ropa tendida en el suelo, montañas de frutas y verduras frescas, o el murmullo constante de vendedores que pregonan sus productos.
Para algunos, esta estampa es sinónimo de desorden, un obstáculo para la fluidez peatonal y vehicular, y una señal de la informalidad que permea nuestra economía. Las quejas de los comerciantes formales, que pagan impuestos y alquileres, son constantes y comprensibles: sienten que compiten en desventaja.
Sin embargo, detrás de cada puesto callejero hay una historia, la mayoría de los buhoneros no eligieron este camino por vocación, sino por necesidad. En un país donde el acceso a un empleo formal es cada vez más difícil y los salarios son precarios, la economía informal se ha convertido en el último recurso para alimentar a sus familias.
Vemos a madres solteras, a jóvenes que no encuentran su primera oportunidad laboral, a adultos mayores que no reciben una pensión digna, todos ellos buscando el sustento diario con el sudor de su frente. Para ellos, la venta ambulante no es un capricho, es una cuestión de supervivencia.
«Esto lo hago para llevar algo a mi casa, lo que gano a diario son bendiciones, y cada dia se rebusca uno, vendiendo y luchando», relató un vendedor de bambinos al ser consultado.


El Dilema de una Ciudad en Lucha
Las administraciones municipales han intentado, una y otra vez, poner orden en el centro. Se han implementado operativos de desalojo, se han propuesto reubicaciones y se han debatido soluciones que, hasta ahora, no han logrado erradicar por completo este fenómeno. Y es que la complejidad del asunto radica en que no se trata solo de un problema de ocupación de espacio público, sino de un síntoma de una realidad económica y social más profunda.
Si bien es cierto que el desorden puede generar molestias y desafíos en la gestión urbana, también es innegable que la economía informal inyecta una vitalidad particular al centro de Barquisimeto. Es un motor de pequeñas transacciones, un punto de encuentro para compradores que buscan precios más accesibles y una fuente de ingreso para miles de hogares, es, en esencia, un reflejo de la resiliencia y el ingenio de nuestra gente.
¿Qué hacer? ¿Desalojar o Regular?
La pregunta sigue en el aire: ¿Es el buhonero un problema que debe ser erradicado, o es parte de una solución, precaria pero real, para quienes viven en la pobreza? Quizás la respuesta no sea tan simple como elegir entre el caos y el orden absoluto.
Tal vez el camino esté en encontrar un equilibrio, en buscar soluciones que permitan regularizar la actividad, ofrecer espacios dignos a estos trabajadores y, al mismo tiempo, garantizar la fluidez y el disfrute del espacio público para todos los ciudadanos.

Este es un desafío que requiere diálogo y entendimiento entre todas las partes involucradas: autoridades, comerciantes formales, buhoneros y la ciudadanía en general. Porque al final del día, el centro de Barquisimeto somos todos, y su futuro dependerá de cómo logremos construir una ciudad donde la dignidad y la oportunidad estén al alcance de cada uno de sus habitantes.
Rubén Conde/Noticias Barquisimeto