“La Baba” murió tras ser arrollado en el oeste de Barquisimeto

A “La Baba” un chofer lo arrastró casi 50 metros y después se dio a la fuga. José Gregorio Peña mu­rió luego de ser arrollado en la avenida Florencio Jiménez, al oeste de Bar­quisimeto, justo frente al Cementerio Municipal. El hombre de 40 años era de El Tocuyo, pero te­nía más de 10 años vi­viendo en Barquisimeto.

Trabajaba entre el ce­menterio y casas particu­lares. Podaba grama, cor­taba monte, limpiaba tumbas también hacía trabajos como albañil o cualquier cosa que lo pu­sieran a hacer. “Era muy dinámico y confiable” di­jeron algunos floristas del cementerio ayer tras enterarse de la muerte. “La Baba” hizo varios trabajos de jardinería por Santa Rosalía y supuesta­mente, ganó bastante plata.

Luego se compró una botella de aguardien­te para echarse unos pali­tos. El hombre se quedó a dormir en una de las flo­risterías fuera del cemen­terio porque su dueño lo dejó cuidando una mer­cancía. Como el hombre era de confianza, pasaba los días en el mismo lu­gar y cualquiera le daba aposento.

Pero las 5:30 de la ma­ñana, salió del negocio para comprar un cigarro. Caminó hasta un terreno habitado que está al fren­te del cementerio y llegó a un ranchito verde que es una bodega. Allí com­pró el cigarro y cuando estaba de regreso, en el canal sentido oeste-este, un vehículo lo arrolló. Al parecer, “La Baba” fue arrastrado 50 metros y el cuerpo le quedó todo destrozado.

El conductor iba a tal velocidad que a nadie le dio chance ni si­quiera de ver qué tipo de vehículo era.“La Baba” murió en el pavimento sin auxilio de nadie. A uno de sus her­manos mayores que vive cerca del sitio del suceso le avisaron lo ocurrido y el hombre se fue corrien­do al sitio con una grúa. Allí lo trasladaron al Hospital Central, pero no sirvió de mucho.

Lo ingresaron a morgue a las 6:30 de la mañana, y su hermana mayor, Dalia Peña, llegó de El Tocuyo directo a verlo. Cuando la señora salió de la sala pa­tológica, daba gritos de dolor. “¡Por qué, por qué Dios, mi hermano!”, re­petía Dalia, sin consuelo. Ella lo había visto hace un mes, cuando el fue hasta su casa a dejar la ropa que usaría el 24 de diciembre.

Un pantalón de vestir, una camisa blanca y unas sandalias de cuero marrón que le había regalado su amiga Cecilia, que es una seño­ra que lo estaba ayudan­do y le estaba dando de comer a diario.“La Baba” como le decí­an cariñosamente, se ga­nó muchos amigos traba­jadores del cementerio por ser fiel y colaborador, además de respetuoso.

Nota de: La Prensa