Con el sol de la tarde larense como testigo y un toldo verde como su refugio, la señora Aurora Orellana, de 70 años, teje una historia dulce en plena avenida Libertador. Durante tres décadas, su cocina ha sido el santuario de los sabores más puros de Venezuela, esos que nos conectan con la niñez y nos hacen recordar el cariño de la abuela. Y aunque su camino no ha sido fácil, su espíritu es tan inquebrantable como la textura de sus dulces de lechosa.
El equipo de Noticias Barquisimeto se acercó a su puesto para descubrir qué se esconde detrás de cada frasco cuidadosamente sellado. Aurora nos cuenta que, por 30 años, la dulcería fue un arte que cultivó desde su hogar, compartido con amigos y vecinos. «A raíz de que mi esposo presentó problemas de Alzheimer, él ya no pudo ayudarme con las ventas en la calle y tomé la decisión de salir», nos relata con una voz que transmite calma y fortaleza.

Un viaje al paladar de la niñez
La dulcería de Aurora es más que un negocio; es un puente hacia el pasado. «Mucha gente me dice ‘me hizo recordar a mi abuela'», comparte con una sonrisa. Su gran maestra fue precisamente su abuela, quien de adolescente le enseñó a preparar joyas como el dulce de leche y el de lechosa. Con una técnica que pocos usan hoy en día, Aurora pone la lechosa a serenar para lograr una textura única: dura por fuera y tierna por dentro.
«Uno de mis secretos es el dulce de higo», revela. Un manjar casi extinto en Barquisimeto por su larga preparación, pero que ella mantiene vivo. Cada dulce es un testimonio de un proceso lento y meticuloso. «Yo no lavo un frasco y ya tengo un dulce», aclara. «Todo lleva un proceso. La constancia es la clave».

El motor de un emprendimiento: la familia y la fe
La decisión de emprender en la calle hace diez años no fue solo por gusto, sino por necesidad y el dolor de la distancia. «La situación país hizo que muchos de nuestros hijos y nietos se fueran», confiesa Aurora con un nudo en la garganta. «Uno se queda huérfano sentimental y económicamente». Pero en lugar de dejarse abrumar, miró al pasado en busca de inspiración. «Si mi abuela sobrevivió en sus tiempos con dulces, ¿por qué yo no puedo hacerlo?», se preguntó. «Por qué no podemos nosotras, como abuelas, dar este legado a nuestros hijos y nietos».
Su mejor marketing no está en las redes sociales, que apenas conoce, sino en la calidad de sus productos. «Mi mejor red es que tú pruebes mis dulces y me recomiendes», asegura. Y sus clientes lo confirman, valorando el envasado artesanal y al vacío que garantiza la higiene y conservación de cada porción, permitiendo que un dulce pueda durar hasta un año.

Un sueño con sabor a futuro
Aurora, que junto a su esposo, se instala de Martes a viernes en la Libertador con calle 29, tiene un sueño claro y palpable. «Me gustaría tener un quiosquito, no estar desarmando todos los días», nos cuenta. Pero su visión va más allá: quiere que Barquisimeto, la ciudad musical, también sea reconocida como la capital de los dulces criollos. «Uno de mis proyectos es poner en cada entrada de Barquisimeto lugares como este».
La dulcería criolla, dice, ha vuelto a tomar fuerza, impulsada por la nostalgia de quienes están lejos. «Nuestros hijos que se fueron añoran esos dulces que hacía la mamá, la abuela».
Con la sabiduría que solo dan los años, Aurora envía un mensaje a los nuevos emprendedores: «Hay días muy buenos y otros que no vendes nada, pero no te debes dejar amilanar. Tienes que seguir, darte ánimos y creer en tu emprendimiento».
De sábados a lunes Aurora se dedicará a su producción, a buscar las frutas frescas que se transformarán en majaretes para Semana Santa, dulces de piña o toronja. Y con su toldito verde en la Libertador, seguirá demostrando que la tradición, el amor y la constancia son los ingredientes perfectos para un legado que se resiste a desaparecer.
Oriana Lorenzo/ Noticias Barquisimeto