“Julio Verne y su grata compañía” por León Magno Montiel

La primera vez que escuché el nombre de Julio Verne, fue de los labios de la maestra bogotana Carmen de Mora. Ella era la directora de la biblioteca de la escuela Gabriela Mistral de mi barriada, y me había seleccionado como su asistente luego de realizarme una prueba de lectura. Eso sucedió en 1972.

La maestra Carmen era una mujer culta y serena, de tez blanca y tenía un marcado acento andino (cachaco). Me hablaba con fascinación del autor francés y de sus relatos fantásticos, llenos de imaginación desbordante. Desde entonces ese nombre, Julio Verne, me ha acompañado a través de los años, con sus libros, sus leyendas, sus fantasmas. En un diciembre de esa década de los 70, uno de mis tíos me obsequió el libro “Miguel Strogoff” publicado por Verne en 1876, fue una apasionante lectura, es la obra que más aprecio de él: relata las aventuras del correo del zar, tratando de cumplir la misión que le encomendaron, a pesar de los tártaros sublevados que invadieron Siberia, dirigidos por un traidor ruso; habían cortado todas las líneas telegráficas entre la ciudad donde se encuentra el hermano del soberano, y la capital Moscú.

Leyendo a Julio Verne, vino el segundo vínculo con él: nacimos el mismo día, el 8 de febrero. El maestro en 1828 en Nantes. Yo, en 1962 en Maracaibo. Eso selló mi pacto de amistad intelectual de por vida con el genio francés.

La ciudad de Nantes en ese momento del nacimiento del padre de la ciencia ficción, en el siglo XIX, era una ciudad cosmopolita, con un puerto próspero, activo. Una urbe propicia para pensar en grandes aventuras marítimas, en viajes fantásticos. El padre de Julio Gabriel era un respetado abogado, quería que su hijo estudiase leyes en la capital francesa y luego formara parte de la tradición familiar de buenos juristas. El joven cumplió su deseo, se recibió como abogado, pero en su alma latía la pasión por la escritura, a la que entregó su vida, todo su tiempo y su energía.

Verne era un sabio renacentista en pleno sigo XIX, en medio de la revolución industrial, él dominaba la geografía, las ciencias del mar, las matemáticas, la historia universal, y por su puesto: la literatura. Amaba intensamente el teatro. Sobre esa base cultural con acento en lo científico, él creó su vasta obra, la que consta de 64 novelas, 20 relatos breves y 2 tratados de geografía.

Muestro algunos pasajes de las magníficas obras de Verne, las que fueron admiradas y bien ponderadas por León Tolstoi:

  • “Era una especie de aurora boreal, un fenómeno cósmico continuo que alumbraba aquella caverna capaz de albergar en su interior un océano. La bóveda suspendida encima de mi cabeza, el cielo, si se quiere, parecía formado por grandes nubes, vapores movedizos que cambiaban continuamente de forma y que, por efecto de las condensaciones, deberían convertirse en determinados días, en lluvias torrenciales”. (Viaje al centro de la tierra, 1864).
  • “Un estampido espantoso, apocalíptico, del que nada es capaz de dar idea, ni los estallidos del rayo, ni el horrísono fragor de la tempestad, ni el estruendo de las erupciones. Cual si la Tierra fuera un cráter, vomitó del fondo de sus entrañas un ingente chorro de fuego. El suelo se elevó y fueron muy contados los espectadores que pudieron entrever, por un instante, el gigantesco proyectil, hendiendo victorioso los aires, en medio de una aureola de flamígeros vapores.” (De la tierra a la luna, 1865).
  • “La gruta me pareció profundamente oscura. Los rayos solares parecían apagarse en ella por degradaciones sucesivas. Su vaga transparencia no era ya más que luz ahogada. El capitán Nemo entró en ella y nosotros le seguimos. Mis ojos se acostumbraron pronto a esas tinieblas relativas. Distinguí los arranques de la bóveda, muy caprichosamente torneados, sobre pilares naturales sólidamente sustentados en su base granítica, como las pesadas columnas de la arquitectura toscana.” (Veinte mil leguas de viaje submarino, 1870).

Julio Gabriel Verne conoció la ciudad de París cuando era un joven, cuando fue a estudiar leyes por un lustro, desde entonces quedó deslumbrado por su vigorosa vida cultural, su bohemia, sus noches sin fin. Volvió a la ciudad luz siendo un hombre maduro para asistir a los lanzamientos de sus libros, y en algunas ocasiones para cumplir con las jornadas de corrección de pruebas. También, llegó a Paris atraído por una hermosa amante de la que no se tienen mayores detalles. Solo se testimonia que era una hermosa mujer joven y discreta, sus rondas amorosas las realizaban en el Hotel de Ville. Aunque tuvo que lidiar toda su vida con el estigma de ser medianamente misógino, y cargar con un aburrido matrimonio con Honorine de Viane. Según sus amigos, Julio mantuvo una conducta de recelo con algunas mujeres, eso comenzó cuando tenía 17 años de edad y una prima de la que estaba prendado, lo despreció, menospreció su amor, lo apartó. Algunos biógrafos lo tildan de misógino, algo exagerado e injusto.

Su gran amigo, su mecenas y leal asesor, fue el editor de las obras de Víctor Hugo, el exitoso empresario Pierre Hetzel, un hombre 14 años mayor que Verne. Fue Hetzel quien lo hizo un profesional de la escritura, lo hizo firmar un contrato por 20.000 libras anuales. A cambio, Julio Verne debía entregarle dos novelas por año, menudo compromiso para el escritor nantés. Ellos mantuvieron la amistad blindada, aprueba de envidias y deslealtades hasta la muerte de Hetzel. Cuando la muerte tocó la puerta de Julio Verne, el 24 de marzo de 1905 en Amiens, el hijo de Hetzel estaba junto al su hijo Michael Verne en su lecho, despidiéndolo, cumpliendo con él como lo hubiera hecho su padre.

Uno de los libros más exitoso en su carrera, fue “Vuelta al mundo en 80 días” publicado en 1872. Ese tomo inspiró una película del mismo nombre en 1956 que tuvo gran impacto mundial, dirigida por Michael Anderson donde fueron protagonistas Mario Moreno Cantinflas y David Niven. Luego ese título grandioso fue parodiado por Julio Cortázar, quien fue un declarado fanático verneano, un manifiesto admirador del autor francés. Lo hizo en su obra de 1967, “La vuelta al día en 80 mundos”.

“La vuelta al mundo en 80 días” quizá sea el título de mayor alcance para Verne en cuanto a difusión:

  • “El trazado del ferrocarril obedecía los capri­chos de la sierra, yendo unas veces adherido a las faldas de la montaña, otras suspendido sobre los preci­picios, evitando los ángulos bruscos por medio de cur­vas atrevidas, penetrando en gargantas estrechas, que parecían sin salida. La locomotora, brillante como unas andas, con su gran fanal, que despedía rojizos fulgores, su campana plateada, mezclaba sus silbidos y bramidos con los de los torrentes y cascadas, retor­ciendo su humo por las ennegrecidas ramas de los pinos.”

Avanza la historia y nos acercamos a los 200 años del nacimiento de Julio Gabriel Verne, el padre de la ciencia ficción, el genio de Nantes, quien afirmó: “Todo lo que yo he imaginado, otros lo realizarán”. Así sucedió con los viajes espaciales, el helicóptero, los viajes submarinos, el aire acondicionado, los cohetes espaciales. En su obra póstuma “La invasión del mar” vaticinó el deshielo de los polos y el aumento del nivel de los mares. En esa obra presenta una Europa cubierta por el mar.

Verne había decidido trasladarse a Amiens en 1881, la ciudad medieval ubicada al norte de Francia, donde llegó a ocupar el cargo de concejal. Participó en su vida política. Pero su vida comenzó a tornarse trágica, sombría: enviudó, estaba casi ciego a consecuencia de la diabetes, y además quedó cojo luego de que un sobrino perturbado llamado Gastón, le disparara en su pierna izquierda causándole una herida casi mortal. Hecho sucedido sin aparente motivación o causa. Por esos días, el autor dormía en una pequeña cama justo al lado de su modesto escritorio. Una de sus últimas reflexiones fue:

“La tecnología se ha empleado más para matar”, situación que se repitió con el genio alemán Albert Einstein muchos años después.

Yo seguiré celebrando mi cumpleaños el 8 de febrero, con un garantizado homenaje al padre de la ciencia ficción, un escritor que se niega a perder vigencia: Julio Verne. Seguiré disfrutando de su grata compañía, eso espero, por muchos años.

León Magno Montiel