Fallece el actor de la era dorada de las películas Kirk Douglas a sus 103 años

Kirk Douglas, protagonista de ‘Espartaco’ y ‘Senderos de Gloria’, ha muerto este miércoles en Los Ángeles tal y como ha confirmado su hijo, el también actor Michael Douglas.

Kirk Douglas, uno de los últimos supervivientes de la era dorada de Hollywood, el seductor de la barbilla partida y patriarca de un clan de actores, protagonista de joyas del cine como Espartaco Senderos de Gloria, ha fallecido este miércoles en Los Ángeles a los 103 años de edad. Su hijo Michael Douglas ha confirmado la noticia a través de redes sociales.

“Es con tremenda tristeza que mis hermanos y yo anunciamos que Kirk Douglas nos ha dejado hoy a los 103 años”, aseguró el protagonista de Instinto Básico.”Para el mundo era una leyenda, un actor de la era dorada de las películas que vivió hasta bien entrada su vejez, un humanitario cuyo compromiso con la justicia y con las causas en las que creía nos inspiró a todos. Pero para mí y mis hermanos, Joel y Peter, era simplemente un padre, para Catherine (Zeta-Jones) un fantástico suegro y para sus nietos un fabuloso bisabuelo”.

Douglas llevaba años retirado del cine. Su última aparición fue en Illusion (2004), un filme de Michael Goorjian. Ya entonces su salud llevaba años en un proceso de rápido deterioro. En 1996 sufrió una apoplejía, lo que limitó su capacidad para hablar. El actor se sometió a un tratamiento de terapia del lenguaje para poder seguirse comunicando con normalidad. Poco después lo contó en un libro, My Stroke of Luck. Además, de vez en cuando escribía en un blog.

Con Douglas se pierde a uno de los grandes baluartes del mejor Hollywood, el que producía obras maestras comercialmente viables. Douglas, hijo de una familia de inmigrantes judíos, participó en unas cuantas, aunque el Oscar siempre le fuera esquivo. En sus seis décadas de oficio, rodó a las órdenes de Stanley Kubrick, Vincente Minelli, George Cukor o Billy Wilder, por nombrar a unos cuantos ilustres. Ahí quedan El gran carnaval, El día de los tramposos El loco del pelo rojo.

Hijo de un trapero judío que huyó de Rusia se convirtió en mito de Hollywood. “Seguiré siendo toda mi vida un hombre enfadado”, solía decir. “La ira fue el motor de mi vida, una ira inmensa contra la injusticia”. Para empezar, ira contra su infancia. Una infancia miserable en la que sufrió en carne propia el antisemitismo y la indiferencia de un padre alcohólico y analfabeto, al que un día le tiró una cuchara a la cara.

“Y, sin embargo, a veces pienso que es una ventaja nacer en la miseria: no puedes llegar más bajo, solo puedes subir”, filosofaba al final de su vida el padre del actor Michael Douglas. Kirk Douglas era su nombre artístico, en realidad se llamaba Issur Danielovitch Demsky. Nació el 9 de diciembre de 1916 en Amsterdam, una pequeña localidad del estado de Nueva York.

Creció entre seis hermanas con un único sueño: convertirse en actor. Pero primero tuvo que trabajar como camarero en una cafetería y como luchador para pagar sus estudios.

Supo además ponerse del lado bueno de las causas. Pasará a la historia por haberle plantado cara a la caza de brujas originada por los Macarthistas, cuando en plena Guerra Fría los conservadores comenzaron a perseguir y a señalar a gente afiliada con el ideario comunista. Douglas consiguió que uno de los grandes afectados por aquella era represiva, el guionista Dalton Trumbo, apareciera en los títulos de crédito de Espartaco, pese a estar en la lista negra de los condenados a no volver a trabajar nunca más en la industria.

A esa inclinación por el ala izquierdista le atribuyen algunos el que no se hiciera nunca con un Oscar, pese a estar nominado en tres ocasiones. Eso sí, la Academia de Hollywood se encargó de corregir la presunta injusticia con un premio honorífico a toda su carrera en 1996. Steven Spielberg le entregó el galardón. Su grandeza era indiscutible, con Oscar o sin él.

Formó parte por méritos propios de un club de leyendas en su época junto a actores como Steve McQueen, Burt Lancaster, Gregory Peck y Paul Newman, todos ellos convertidos en estrellas en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Era un tipo fácil de distinguir: el galán de la mandíbula prominente, la sonrisa generosa, la barbilla partida y la voz quebrada. Un mito.

Nada hacía presagiar que lo sería partiendo de la nada, como quien dice. Douglas tuvo una infancia marcada por la pobreza del hogar junto a sus seis hermanas. Hijo de inmigrantes bielorrusos, recordaba en su autobiografía, El hijo del trapero, cómo su padre, que había sido comerciante de caballos en Rusia, sobrevivió vendiendo chatarra y pedazos de metal por peniques.

Su hijo se sumó a la causa vendiendo comida a los trabajadores del lugar en Amsterdam, una localidad al norte de Nueva York. También repartió periódicos, uno de los 40 trabajos que cuenta que tuvo antes de volverse actor. Pero su vocación la tuvo clara desde joven y la respetó.

Debutó en el cine tras haber hecho teatro en Nueva York. Fue en 1946 en El extraño amor de Martha Ivers, junto a Barbara Stanwyck. Dos años después rodó junto a su gran amigo, Burt Lancaster, en I Walk Alone, el comienzo de su relación con el cine negro que marcó una parte importante de su carrera. Douglas estaba abonado a los papeles oscuros, al drama y al sufrimiento, logrando siempre la empatía del público. Era un tipo que siempre caía bien.

Se hizo célebre además por su espíritu rebelde, rechazando ofertas sobre las que otros se hubieran abalanzado. Le dijo que no a rodar El gran pecador para la Metro Goldwyn Mayer y se decantó por algo más modesto en apariencia, El ídolo de barro, que le sirvió para hacerse con su primera nominación al Oscar.

Después vendrían títulos como Carta a tres esposas, su primera colaboración con Joseph L. Mankiewicz, El trompetista, de Michael Curtiz, Brigada 21 (1951), Cautivos del mal y su relación con Kubrick, con el que firmó dos sus mejores trabajos. Por Senderos de Gloria el director británico le ofreció un tercio de su presupuesto, unos 350.000 dólares. Ya entonces era una estrella consagrada.

Sus trabajos en décadas posteriores no lograron estar nunca a la altura de lo anterior, pero no cejó en el empeño. Probó con televisión antes de que llegara el declive, marcado por los problemas de salud. Tuvo que lidiar con una depresión y llegó incluso a considerar el suicidio. Pero aguantó como el gladiador que era, en pie cuando ya todos sus colegas hacía tiempo que se habían despedido. Estiró su leyenda todo lo humanamente posible.

Información: El Mundo.