Excampeones de ajedrez: Karpov y Kasparov reviven su enemistad en el tablero de Ucrania, un ferviente seguidor de Putin contra su mayor detractor

Los dos Grandes Maestros soviéticos vuelven al foco de actualidad por sus antagónicas posiciones sobre la guerra..

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No se puede entender la historia del ajedrez sin hablar de una rivalidad legendaria. Anatoli Karpov y Garri Kasparov protagonizaron una guerra sin cuartel que duró seis años, en los que hubo 144 batallas (partidas) sobre el terreno que mejor conocían ambos: un tablero

Soviéticos los dos, pero uno ruso de pura cepa y el otro azerí nacido de madre armenia y padre judío, dejaron no sólo dos posiciones antagónicas de entender esta disciplina, sino una igualdad extrema: 104 de aquellos enfrentamientos acabaron en tablas, con 21 victorias de Karpov y 19 de Kasparov.

Los dos Grandes Maestros que dominaron en aquellos tiempos no han olvidado nunca que tenían dos maneras de entender el ajedrez, tanto en cuanto es una metáfora de la vida. Una idea que no ha cambiado casi cuarenta años después.

Desde que ambos se enfrentaron en 1990 en aquel quinto duelo, nunca se dejaron de ver. El Telón de Acero cayó, Kasparov se despegó de la hoz y el martillo hasta acercarse a posiciones totalmente occidentales, mientras Karpov, nostálgico de la vieja gloria que tuvo en los últimos estertores de la URSS, abrazó con orgullo y ansia las ideas de un nuevo líder que nació del barro surgido del Kremlin de Boris Yeltsin: Vladimir Putin.

Karpov, el alfil de Putin

El presidente de Rusia entendió perfectamente la importancia de las figuras del deporte como ídolos. Al igual que otros tantos dictadores, se fue haciendo con figuras trascendentales en el imaginario colectivo y, por supuesto, Anatoli Karpov está entre ellos.

El campeón del mundo de ajedrez, a sus casi 71 años, es uno de los principales próceres de Rusia Unida, el partido presuntamente democrático que presiden Putin. Desde su unión y adhesión al ideario del líder ruso ha ido pasando por diferentes cargos, como el de vicepresidente de la Comisión de Asuntos Internacionales. Una oficina que, a efectos prácticos, es un órgano de propaganda de las tesis rusas por todo el mundo. Que desde su llegada a la política haya fundado 46 escuelas de ajedrez por todo el mundo (incluido España, en Platja d’aro, en Cataluña) no es casual.

Como hacía cada vez que se sentaba frente a un tablero, este frío y pausado político (acaba de renovar el escaño que ocupa desde 2008) se convirtió en un arma del régimen de Putin que ha ido creciendo hasta convertirse en un ser casi totémico en la Duma, admirado y temido a partes iguales dentro de su partido. Putin, consciente de ello, no duda en achucharle en los medios de comunicación para que suelte las soflamas que sean necesarias.

Ahora lo está pagando. El estrangulador de Zlatoust, como se le conocía en su etapa como deportista, es uno de los diputados rusos que no pueden pisar la Unión Europea por las sanciones.

Kasparov, el orgullo soviético que más daño hace a Putin

Si algo no soporta Putin es tener que escuchar voces contrarias a él. Como todo buen sátrapa solo se rodea de quienes le adulan y no cuestionan sus órdenes, por lo que una figura tan trascendental para el deporte ruso (soviético aún) como Garri Kasparov se ha convertido en un serio dolor de cabeza.

Ya en su libro ‘Winter is coming’ (un guiño a la serie ‘Juego de Tronos’), el azerí advertía del peligro del presidente ruso. No en vano el subtítulo del libro es “Por qué Vladimir Putin y los enemigos del mundo libre deben ser detenidos”.

Entre sus muchos mensajes contra Putin, uno de los últimos no puede ser más elocuente: “Esta es la serpiente que el mundo libre anidó en su seno, tratando a Putin como un aliado, un igual, mientras difundía su corrupción. Ahora ataca de nuevo, demostrando que no puedes evitar luchar contra el mal, solo puedes retrasarlo mientras eleva su apuesta. Gloria a Ucrania“.

Este fue el inicio de un mensaje en el que señalaba no sólo a los propios rusos, sino al silencio estruendoso de la comunidad internacional y de la ONU ante “la maquinaria de guerra que está usando para asesinar a civiles en Europa hoy”.

Kasparov vive entre Nueva York y Croacia (obtuvo su nacionalidad en 2014) desde hace años. No quiere tener nada que ver con el dictador ruso, hasta el punto de que ni siquiera ha pisado Rusia desde 2013. Ese posicionamiento tan firme le hizo incluso temer por su vida: hace unos años inició una huelga de hambre por puro miedo a que le envenenaran. Motivos tenía, especialmente tras conocer lo ocurrido con Alexander Litvinenko y el famoso incidente con el polonio 210.
Ni Karpov ni Kasparov están dispuestos a ceder. Las más de 8.000 horas que se estudiaron (según ellos mismos estiman) para entenderse les convierte posiblemente en los dos enemigos que mejor se conocen, y por eso se temen tanto como se respetan. Aunque el reloj lo marque Putin.

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