Comer apurado se ha convertido en un hábito característico de la vida contemporánea, donde el tiempo escasea y las actividades abundan. Sin embargo, esta práctica, aunque extendida, trae consecuencias que afectan directamente la salud digestiva y hace propensas a las personas a sufrir otro tipo de patologías, que en el peor caso pueden comprometer seriamente su bienestar.
«En cuanto a la alimentación, hay que darle tiempo al cuerpo para que nos diga qué está pasando. El cuerpo envía muchas señales de ida y vuelta, desde el estómago hasta el cerebro y, finalmente, al centro de nuestro ser. Y si no prestamos suficiente atención a esas señales, comeremos en exceso, comeremos cosas inapropiadas o sufriremos algunos problemas clásicos que nos llevarán a subir de peso, a tener más diabetes, a tener problemas de presión arterial, apnea del sueño y más», detalla el Dr. Miguel del Mazo, especializado en el manejo de peso.
Efectos digestivos
El primer efecto indeseable de ingerir los alimentos con prisa es el exceso de gases. Cuando no se dedica tiempo suficiente a la masticación, las vías digestivas se llenan de aire en un volumen que resulta difícil de manejar para el organismo.
El cuerpo está equipado para mantener el equilibrio entre los gases que se producen y los que se ingieren mientras se come a través de mecanismos como los eructos, las flatulencias o la microbiota intestinal, pero cuando se sobrepasan los límites, el resultado puede traducirse en distensión abdominal y dolores. La situación puede ser todavía peor entre quienes consumen chicles, fuman o tienen alteraciones de la microbiota.
De otra parte, está el sobreesfuerzo digestivo. Al comer demasiado rápido, los alimentos se mastican menos e ingresan al tracto digestivo prácticamente enteros, sin que las enzimas hayan podido hacer su trabajo. Esa sobrecarga llega al estómago, que se ve obligado a producir más jugos gástricos.
A su vez, la sobreproducción de jugos gástricos puede causar sensación de pesadez, reflujo e indigestión, al tiempo que se compromete la absorción de nutrientes en el intestino delgado, toda vez que la comida puede ingresar a él sin estar lo suficientemente digerida.

No saber cuándo parar
De acuerdo con los expertos, lo más problemático de comer los alimentos con prisa es que el cuerpo pierde la capacidad de detectar la sensación de saciedad. La leptina, hormona encargada de regularla, necesita entre 20 y 30 minutos para activarse, por lo que al comer rápido es mucho más probable que se superen las necesidades energéticas reales.
En criterio de Mariana Isabel Valdés Moreno, jefa de la carrera de Nutriología de la Universidad Nacional Autónoma de México, los horarios de comida variable y los períodos prolongados de ayuno contribuyen a que las personas coman más cuando ingieren rápido los alimentos e incluso sean incapaces de elegir opciones saludables, pues la necesidad de saciar su hambre hace que se decanten por alternativas menos sanas.
Si este comportamiento se mantiene, se incrementa el riesgo de sufrir sobrepeso u obesidad y, con ello, un conjunto de otras afecciones, como el síndrome metabólico, que es un reconocido factor de riesgo para enfermedades cardiovasculares.
A ese respecto, un estudio realizado por investigadores españoles en 2019 sobre adultos con riesgo cardiovascular determinó que «la velocidad de alimentación se asoció positivamente con la prevalencia del componente de hipertrigliceridemia», lo que significa que quienes hacen parte del grupo de personas que comen rápidamente, tienen mayor riesgo de sufrir alguna afección cardiovascular como infarto de miocardio o accidentes cerebrovasculares.

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Mejores hábitos
Sin embargo, los especialistas aseguran que se trata de una conducta que puede modificarse y, en ese orden, recomiendan tomarse el tiempo suficiente para comer –al menos 20 minutos, e idealmente 30–, porque en ese lapso, cerebro y estómago se sincronizan y se alcanza naturalmente la sensación de saciedad.
Otra alternativa para expandir el tiempo que se dedica a la comida consiste en masticar lentamente cada bocado. La doctora en psicología Leslie Heinberg sugiere masticar cada uno entre 15 y 30 veces, así como colocar los cubiertos sobre la mesa mientras se mastica para evitar la tentación de introducir más comida en la boca antes de terminar la que ya se tiene.
Por su lado, Valdés recomienda realizar tres comidas completas durante el día más dos meriendas, con un espacio mínimo de cuatro horas entre ellas. En ese tiempo de ayuno, el organismo puede usar sus reservas de energía acumuladas en forma de grasa. «Si todo el tiempo ingieres alimentos, es decir, picoteas todo el día, no le das espacio a tu organismo para usar las reservas de energía en esos períodos de ayuno», explica.
Con información de Notifalcon.