Especial: Cardenales de Lara y su G-4 cubano

Beisbolplay reunió a Rangel Ravelo, Henry Urrutia, Jorge Martínez y Yoanner Negrín, los cuatro antillanos de Cardenales, para una conversación llena de recuerdos, pesares y alegrías

Cardenales bailó al son de sus cubanos. Lara no sería finalista sin ellos. Rangel Ravelo, Henry Urrutia, Jorge Martínez y Yoanner Negrín se han pasado la temporada entera contribuyendo con generosidad. Ravelo conectó casi .400 (.397), aunque le faltaron apariciones legales para optar al liderato. Urrutia quedó campeón bate y fue uno de los toleteros más completos del circuito. Martínez finalizó segundo en la votación para escoger al Pitcher del Año y Negrín apoyó como abridor y relevista cuando se le necesitó. ¡Cosa más grande, mi sangre!

-“Óyeme, ¿y por qué nosotros cuatro?”, pregunta Martínez muy circunspecto.

-Pues porque son cubanos

-“No. Yo no soy cubano. Soy americano”, lanza Martínez. Y de inmediato suelta la carcajada

-¡”Y yo también!”, se une a la chanza Urrutia.

– “¿Y Félix Pérez?, pregunta Ravelo

-“Felito está cada vez más loco. Está en las Águilas (Cibaeñas, en la liga dominicana) y ahora se quemó más”, refiere Martínez

-“Félix está tostado”, diagnostica Urrutia sobre su paisano de los Leones del Caracas.

Por eso Beisbolplay quiso reunir a los cubanos de Cardenales Para que hablaran de  ellos, de sus lazos, de sus vínculos en Cuba. Casi todos sabían de los demás, excepto Ravelo, que dejó la isla a los quince años de edad. Los otros tres jugaron la Serie Nacional y conocían a los otros de trato o, al menos, de oídas.

Urrutia toma la iniciativa. Es el más elocuente del grupo. De casi 31 almanaques, habla con aire casi doctoral: “El único al que conozco en persona desde Cuba es a Negrín. A Martínez no. Él jugaba con mi papá, jajajajja no, mentira. Hablando en serio, a Negrín. A Ravelo no lo conocemos porque se fue joven a Estados Unidos. Pero escuchas los nombres. Durante la Serie Nacional todos nos conocemos”.

“Porque la Serie Nacional es como un circuito cerrado. Tú no sales de ahí”, reseña Martínez, que debe soportar constantes burlas sobre su edad (32) por parte de los otros. “Este año jugaste, al siguiente también. Y cuando te vienes a dar cuenta llevas diez años jugando con la misma gente. Así es allá”.

Martínez y Negrín sí que se conocían. En Matanzas, el equipo de la provincia de ambos, eran compañeros de rotación. “De rotación y de … ellos dormían juntos y todo…. En la misma habitación, quiero decir”, se divierte Urrutia.

“Sí. Martínez y yo fuimos compañeros de rotación  en el equipo de Matanzas desde 2005 hasta 2009. Y también fuimos relevistas”, especifica Negrín después de salirle al paso a las insinuaciones de Urrutia. “Estoy muy contento de estar compartiendo con él y también con Henry y Ravelo”.

Hay tres juegos suyos en la Serie Nacional que son imborrables para Martínez: el no hitter que lanzó contra Industriales de La Habana, la divisa de mayor linaje en el beisbol de su país desde el triunfo de la Revolución; un partido de postemporada, la primera para Matanzas. Y su última apertura. “En 2012 lancé un séptimo juego contra el Sancti Spiritus de los hermanos Gourriel: Yunieski, Yukieski y Lourdes junior”, retrocede el tiempo el confiable serpentinero abridor de Cardenales. “En esa serie abrí tres juegos y gané los tres. La ciudad estaba como loca. No se había vivido una semifinal”.

“En 2009 fue el no hit no run contra Industriales. Y lo hice en el estadio Latinoamericano”, siguió Martínez, hinchando el pecho por haber logrado la joya en el templo mayor de la pelota cubana y hogar de los reverenciados Industriales. “Ese día pasó algo curioso. A mí me gustan mucho los huevos. Los HUEvos. Y para el almuerzo se apareció Negrín con un plato lleno de huevos. Me los comí todos. A las tres de la tarde lo que tenía era pura diarrea. No sabía si iba a poder pitchear. Al principio no tenía fuerza, pero seguí. Ya para los últimos innings me decidí a lanzar pura recta. El último out fue 6-3. Estaba tan emocionado que salí corriendo para primera y cuando el tiro llegó allá yo estaba al lado de la almohadilla. Cuando llegué a mi casa, mi papá, fanático de Industriales, estaba borracho. Me abrazó y me dijo: ‘nos ganaste esta vez’”.

-“Ah bueno, entonces vamos a ponerte un bistec antes del sexto juego para que pase lo mismo”, lo interrumpe Negrín.

“Mi último juego en Cuba fue contra Villa Clara, el mismo equipo que vino luego a la Serie del Caribe en Margarita (2014). Lancé ocho entradas en blanco”, comparte Martínez. “Sabía que era el último porque ya tenía el pasaje en la mano. Me hubiera gustado lanzarlo en Matanzas”.

Ravelo es el más joven de los cubanos de Cardenales. También el más callado. Pero ahí está parado, con semblante distendido, escuchando a los demás y ofreciendo sus impresiones. “Significa mucho para mí estar aquí con estos compañeros representando a la isla de Cuba y de tener a mi abuelo, Jorge Martínez”, suelta la risa el inicialista  y paleador derecho que solo ha estado en el mundo por un cuarto de siglo.

Cuba es una constante en las conversaciones del G-4.  Los recuerdos, los nexos, la nostalgia.  “Hablamos mucho sobre Cuba, sobre todo con Martínez, a quien veo siempre en el hotel”, refiere Urrutia. “Es más difícil con Ravelo porque se fue muy joven a Estados Unidos, pero nosotros sí. Hablamos de la Serie Nacional, de cosas que pasaron cuando estábamos allá. Incluso cosas que no vimos, pero que las escuchamos.

-“Pero igual Ravelo agarró su camello”, se sonríe Martínez en alusión al emblemático transporte público de la isla, un convoy amarillento a ruedas que contamina como el que más

-“Sí, agarró su camellón”, acota Urrutia

-“Claro que lo agarré”, concede Ravelo.

“Hablamos de todo”, ordena la conversación Urrutia. “De lo que comíamos, de cómo jugábamos, de cómo viajábamos, hasta de los spikes que usábamos”.

“Desde los 15 años estoy viviendo en Miami. Llevo diez años en Estados Unidos”, comparte Ravelo. “Soy original de Ciudad de La Habana, municipio Playa. Como dijo Urrutia, siempre estamos hablando cosas de nuestro pueblo, de lo que hacíamos, de lo que vivíamos, de lo que comíamos”.

Como buen habanero, Ravelo era un apasionado fanático del Industriales.  “Siempre me gustó. Quería jugar en el futuro con los Leones capitalinos”, afirma. “Tuve la oportunidad de salir del país, pero no de cumplir ese sueño. Estando aquí  o en Estados Unidos seguirá siendo el equipo al que apoyaré. Sería un honor, en algún momento, representar a esa gran camiseta, algo que sueño desde niño”.

-“Ahora mismo eres el noveno bate de Industriales, sin duda”, lo pica Urrutia.

-No. Yo siento a Malleta (Alexander, sempiterno primera base de Industriales. Risas de todos)

-“No. No está en el lineup”, sigue el juego Martínez

-“No está en el lineup”, ratifica Negrín

-“Yo siento a Malleta”, insiste Ravelo.

“Vivimos muchas cosas allá”,  interviene Negrín. “Esos viajes de Oriente a Matanzas, que era donde jugábamos nosotros, uno los aprovechaba para divertirse en esos autobuses, hablando boberías. Pero son cosas que uno vive y quiere volver a experimentar porque son recuerdos de cuando uno era un poco más joven y de los compañeros que tuvimos en aquellos equipos”.

Un episodio recurrente en estas regresiones a la isla es la carencia. La estrechez material a la cual debían resignarse. “La Serie Nacional completa es difícil”, reflexiona Urrutia. “Los viajes son súper incómodos, pero la comida también, los entrenamientos. Lo que teníamos que enfrentar antes y durante la temporada también era difícil. Vivimos una etapa en la que debíamos jugar con pocos implementos deportivos, o casi ninguno, esperando que amigos tuyos del equipo Cuba (la selección nacional) vengan y te traigan un guante o un bate, porque no los hay. En Cuba debes lidiar con muchas cosas para jugar al beisbol. Falta de pelotas, falta de bates, terrenos en muy malas condiciones”.

“Pero te digo algo”, prosigue Urrutia: “Creo que todas esas dificultades son las que hacen que el pelotero cubano valore tanto lo que tiene cuando viene a este tipo de beisbol. Sin menospreciar a nadie, creo que no hay pelotero que pase más trabajo que el cubano. A mí me daban dos pares de guantillas para jugar tercera y con eso yo tenía que resolver. Si se rompieron las guantillas, pues se rompieron. Si se rompe el pantalón te toca jugar con el pantalón roto un año entero. A nosotros nos tocó una etapa en la que dormíamos en los hoteles, pero hubo peloteros antes, en la época en la que jugó mi papá, que dormían en los estadios, en albergues bajo las gradas”.

Para Jorge Martínez, tantos contratiempos enrecian el carácter del pelotero cubano. “En lo que más nos ayudó esa experiencia a tener éxito fuera del país fue a crear deseo”, expresa. “Allá pasábamos mucho trabajo y así mismo competíamos. Y eso uno lo trae aquí. A veces uno llega a estos lugares y quieres transmitirle eso a la gente. La competitividad que hay en Cuba uno la pone de manifiesto aquí y le salen bien las cosas”.

Cuando salí de Cuba

En el presente, los cuatro cubanos ven en la dificultad una fuente de aprendizaje. En su momento, la precariedad fue un acicate para buscar otra vida en otra parte. Ravelo y Martínez dejaron su patria por los canales regulares. Negrín y Urrutia debieron arriesgar la vida para cumplir la ilusión de un futuro mejor haciendo lo que más disfrutaban: jugar a la pelota.  “Salí con mi mamá y mi padrastro porque mi papá era refugiado político y le dieron la visa en la embajada americana”, cuenta Ravelo. “Gracias a eso pude salir del país legalmente. No me fui en bote”.

El caso de Martínez fue similar: “El papá de mi esposa hizo la reclamación. Salimos en avión de La Habana a Miami”.

“En cambio lo mío fue una travesía”, rememoró Urrutia. “Yo tuve que coger un bote a Dominicana. Íbamos como 18 personas. Salimos de la zona oriental de Cuba, cerca de donde yo vivía (Las Tunas). Tres días estuvimos en el mar. Tres días y tres noches. Fue bastante difícil, pero llegamos bien a Puerto Plata. Tuvimos que tirarnos en la playa. Había personas esperando, pero uno no puede hablar mucho de eso”.

“Estuve un año y medio allá”, complementa el jardinero con experiencia en Grandes Ligas. “Después pasé siete meses en Haití. Allá fue donde tuve mi visa, cuando firmé con los Orioles. Y fui a Estados Unidos con visa de trabajo”.

Negrín también fue “balsero”. “Si contara toda la historia no terminaríamos ni mañana ni el último partido de la final”, hace una mueca el lanzador derecho. “Para resumir, fue en una lancha igual que la de Henry, pero hacia México, por Cancún. Ya en México fui por carretera en autobús hasta la frontera para ingresar a Estados Unidos. Entré por Laredo”.

Después de tantas aventuras y desventuras, el beisbol los reunió en Barquisimeto bajo el signo de Cardenales de Lara. Para ellos, estar en la final  con compatriotas al lado les aporta confianza, tranquilidad. “En Cuba juegas rodeado de personas que te conocen, pero sientes que estás jugando solo”, dice Urrutia.  “Cuando te juntas con otros cubanos, que tienen muchísimas cosas en común contigo, que han vivido lo mismo que tú o cosas peores que tú, te sientes mucho más confiado para jugar pelota. Me siento bastante contento de estar aquí con los muchachos. Cuando vine sabía que Ravelo iba a estar aquí, que estos señores pitchers iban a estar aquí. Sobre ellos ya escuchaba cuando estaba en Cuba y hay un respeto. Tener la posibilidad de compartir con estos peloteros me hace sentir mejor, mucho más cómodo, como si estuviera en casa otra vez”.

“Lo importante es el apoyo que uno siente, sobre todo en esos momentos cuando las cosas no están saliendo”, interviene Martínez. “La manera que nos enseñaron a nosotros a jugar beisbol consiste  en decir las cosas de frente. Si Ravelo toma un turno malo, llego y se lo digo: ‘papá, ese turno fue una mierda’. Y él lo entiende, no se ofende. A lo mejor con otro pelotero no se puede hablar así. Este es el momento en el que más apoyo he sentido desde que estoy fuera de Cuba”.

Ravelo no pasó tanto tiempo en Cuba como los otros tres, pero la lleva adentro. “Estoy contentísimo de compartir con ellos esta gran camiseta de Cardenales”, abunda. “Somos familia, somos cubanos, tenemos la misma cultura. Si un tipo como Martínez me quiere decir algo me lo dice sin ningún tipo de rodeos. Son grandes peloteros estos con los que estoy compartiendo”.

Para Negrín sería perfecto lograr el campeonato flanqueado de sus compañeros cubanos de Cardenales.  “Estoy orgulloso de poder compartir con ellos en una organización como Cardenales de Lara  en la cual, con Dios por delante, vamos a quedar campeones. Va a ser un orgullo para nosotros y nuestra afición. También para nuestras familias, con las que no podemos estar en este momento ni Martínez ni yo. Ellos, desde la casa, nos dan el máximo apoyo”.

A los matanceros del grupo de cubanos de Cardenales, Barquisimeto les recuerda su lar natal. “Y además me va muy bien lanzando en la casa”, dice Martínez. “El clima, los fanáticos”, enumera Negrín. Todos somos muy buenos compañeros y nos gustaría estar aquí tanto tiempo como Dios lo permita”.

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