En los hogares del norte de Barquisimeto, el simple acto de abrir el grifo y que brote agua es, para muchos, un privilegio casi inalcanzable; lejos de ser un servicio básico garantizado, el vital líquido se ha convertido en una odisea diaria, una lucha constante que exige esfuerzo físico y un considerable sacrificio económico.
En esta zona de la ciudad crepuscular, la escasez y la precariedad del suministro de agua potable no solo definen la rutina de las familias, sino que también desdibujan la línea entre lo esencial y lo inasequible.
La ironía de la conexión directa
Paradójicamente, muchas viviendas en el norte barquisimetano cuentan con conexiones directas a las plantas de bombeo de Hidrolara.
Sin embargo, esta infraestructura, que en teoría debería garantizar el suministro, se queda corta ante la demanda creciente. La realidad es que, para un gran número de familias, esas tuberías son apenas un recordatorio de lo que podría ser y no es.
«Nos llega el agua solo un día a la semana, y para colmo, sin presión», se queja María Elena García, vecina de Sabana Grande, su testimonio es un eco de la frustración colectiva.


Para llenar sus tanques, muchos se ven obligados a encender bombas de agua, un aparato que, aunque indispensable, implica un gasto adicional en electricidad y mantenimiento.
La poca presión del agua hace que la llegada del tan esperado «día del agua» sea más un desafío que un alivio, algunas familias comentan que desde hace un tiempo el agua dejó de llegar por presión, y la misma solo es enviada con gravedad, lo que les afecta en su hogar y deban de resolver de otras maneras.
Ingenio y sacrificio: la búsqueda del vital líquido
Ante la deficiencia del servicio público, la inventiva y el sacrificio se han vuelto compañeros inseparables en la vida de estas familias.
Los patios y los techos se han transformado en improvisadas estaciones de almacenamiento. Tanques de hasta seis pipas se erigen como monumentos a la necesidad, mientras que algunos han optado por la costosa solución de construir tanques subterráneos para almacenar la poca agua que logran captar.
Para quienes no pueden esperar la intermitente llegada del suministro, o simplemente no les llega, la única opción es recurrir a los camiones cisternas. «Uno gasta entre 6 y 12 dólares por tanque, dependiendo de quién te venda la pipa de agua», comenta Petter Hernandez, habitante de la urbanización Don Jesús.

Un costo que, sumado a los gastos cotidianos, golpea duramente la ya mermada economía familiar. Esta cifra, que puede parecer menor para algunos, representa una porción significativa del ingreso mensual para muchas familias venezolanas, convirtiendo el acceso al agua en un verdadero lujo.
Incluso la naturaleza se ha convertido en una fuente de esperanza y desesperación. Algunos han adaptado sus viviendas para recoger el agua de lluvia, una solución ancestral que, en tiempos de crisis, recobra su pertinencia.

Sin embargo, la irregularidad de las precipitaciones la convierte en una alternativa inestable. Otra opción, más agridulce, ha sido la utilización de agua de pozos naturales. Si bien es una fuente constante, esta agua, rica en minerales, resulta ser salada y no apta para el consumo humano.
«La usamos para bajar el baño, lavar la ropa y los corotos de la cocina», explica Josefina Rodriguez. Es una solución a medias, que resuelve una necesidad básica, pero sin ofrecer una verdadera calidad de vida.
La turbiedad de la preocupación
Como si la escasez no fuera suficiente, en las últimas semanas ha surgido una nueva preocupación: la turbiedad del agua que llega a los hogares. Reportes de vecinos indican que el líquido, a menudo, presenta un color y una consistencia que ponen en duda su potabilidad.
«Muchas veces parece no estar apta para el consumo humano, se ve como mezclada” dice una vecina del sector Andres Bello. Esta situación no solo genera indignación, sino también un profundo temor por la salud de los más pequeños y los ancianos, quienes son más vulnerables a las enfermedades transmitidas por el agua contaminada.

La lucha por el agua en el norte de Barquisimeto es un reflejo de una realidad más amplia en el país. No se trata solo de la falta de un servicio, sino de la constante inversión de tiempo, esfuerzo y dinero que las familias deben hacer para acceder a un derecho humano fundamental.
La pregunta que queda flotando en el aire, como la sed en un día caluroso, es hasta cuándo el vital líquido seguirá siendo un privilegio, y no una certeza, para los habitantes de esta zona larense.
Rubén Conde/Noticias Barquisimeto