¡El médico de todos! José Gregorio Hernández no distinguió clase social

A José Gregorio Hernández lo conocemos, veneramos e invocamos como el «Médico de los Pobres», un título que se ganó a pulso por su entrega incondicional a los que menos tenían. Sin embargo, detrás de esa inmensa fama de benefactor de los humildes, surge una duda legítima: ¿Cómo se desenvolvía en su práctica profesional diaria?

Los testimonios y datos históricos coinciden: para el paciente humilde, sin recursos, el Dr. Hernández era más que un doctor; era una bendición. Los atendía en sus casas, les daba el diagnóstico con una ciencia que había traído de Europa, les recetaba y, lo más importante, les regalaba la medicina y, muchas veces, hasta la comida. Jamás les cobró la consulta.

De hecho, se cuenta que en su propio consultorio mantenía un recipiente, a veces llamado el «cepillo de los pobres», donde las personas con necesidad podían tomar dinero para sus medicinas o alimentos. Su apego al dinero, dicen sus biógrafos, era nulo; parecía que le «quemaba en las manos».

Ahora, la gran pregunta: ¿Solo trabajaba para los que no tenían cómo pagar? La evidencia histórica nos demuestra que no. El Dr. Hernández fue uno de los médicos más eminentes de su tiempo en Venezuela. Trajo el microscopio al país, fundó cátedras de Bacteriología y fue un científico riguroso.

Su prestigio era tal que, lógicamente, su clientela abarcaba a personas de todas las clases sociales, incluyendo las más pudientes de la Caracas de principios del siglo XX. Al igual que acudía con el mismo interés a la humilde choza, visitaba las mansiones de los adinerados.

A los pacientes adinerados, sí les cobraba su consulta profesional. José Gregorio Hernández era un hombre de ciencias, profesor universitario y necesitaba sostener su vida y su labor. Pero a todos, ricos y pobres, les ofrecía la misma ciencia y la misma asistencia asidua y esmerada.

Su ética médica y cristiana le impedía discriminar en la calidad del servicio. Él se preparó con lo más avanzado de la medicina europea no para un grupo selecto, sino para servir de la manera más eficaz a todos los venezolanos.

Es decir, la leyenda del «Médico de los Pobres» no es porque solo atendiera pobres, sino porque a ellos les daba, además de su saber, su propio patrimonio sin esperar nada a cambio. Al rico le daba su ciencia; al pobre, le daba ciencia, medicina, sustento y su propia caridad.

No discriminó clase social. Simplemente, hizo de su profesión una misión. Cobró a quien podía costearlo para poder seguir dando gratis a quien no. En un país con tantas brechas, la vida de este hombre trujillano nos deja un mensaje claro: la caridad no es solo dar, es tratar a todos con la misma dignidad, ofreciendo lo mejor de uno sin importar el apellido ni la chequera.

José Gregorio Hernández no fue solo un médico para Venezuela; fue un modelo de ciudadano y cristiano. Y por eso, más allá de su canonización, su ejemplo sigue siendo la mejor medicina para el alma de nuestra gente.

Carla Martínez / Noticias Barquisimeto