En cada cuarentena siempre se asoma la resurrección

Las vicisitudes de la vida son asuntos teológicos. También lo son las situaciones de la salud, por ser ésta una condición necesaria para la vida y su desarrollo integral. Más aún si se trata de problemas vinculados directamente con la salud humana (creatura), del medio ambiente donde se desarrollan todas las especies vivas (mundo creado) y hasta de su origen (Creador).

Las vicisitudes de la vida son asuntos teológicos. También lo son las situaciones de la salud, por ser ésta una condición necesaria para la vida y su desarrollo integral. Más aún si se trata de problemas vinculados directamente con la salud humana (creatura), del medio ambiente donde se desarrollan todas las especies vivas (mundo creado) y hasta de su origen (Creador).

De allí que la teología se ocupe de la “salud de la creación”. Sea cual sea su causa, la pandemia del Covid-19 (Coronavirus) es un síntoma de enfermedad de la creación. Un simple estornudo de la creación es una pandemia. Y las consecuencias de ésta apenas si pueden preverse, pues superan la individual existencia humana y atañen a toda la humanidad como especie (biología) o como creaturas (teología).

Es mi intención mirar esta pandemia con ojos teológicos. Por eso para el creyente estas líneas pueden servir de inspiración y para los no creyentes de reflexión. Siendo las Sagradas Escrituras una fuente riquísima de experiencia humana, es suficiente recordar tan solo algunos datos.

El “desierto” es una categoría bíblica y teológica que permite mirar esta cuarentena como un espacio y un momento teológico. Lugar y tiempo. El lugar del desierto es incierto, inseguro, peligroso, indeseado, y el tiempo puede convertirse en indeterminado y hasta indefinido. Sin embargo, es posible atravesarlo apoyados en Dios, siguiendo sus huellas, hasta que termine el momento turbulento del recorrido. De hecho, la referencia cultural israelita de un periodo de “cuarenta días” o “cuarenta años”, supone justamente eso: un periodo largo, casi indeterminado de tiempo.

En el caso de esta nueva cuarentena, marcada por la pandemia del Covid-19 (Coronavirus), el tiempo de duración es incierto. Aún los países, instituciones, científicos y gobiernos del mundo no logran anunciar con certeza plena cuántos días, semanas o hasta meses pueda durar; apenas logran converger en su incertidumbre. Hoy más que nunca grita la voz del salmista, dolido e inquiriendo: “¿hasta cuándo?” (Sal 6,4-5), pues se nos ha salido la creación de las manos.

Mientras tanto, la casa, nuestro hogar, se ha convertido en ese espacio desde donde nos toca atravesar el desierto. Pero apoyados en Dios, con nuestra capacidad espiritual para buscarlo y conseguirlo, todos los venezolanos tenemos la oportunidad de transformar este lugar y tiempo. Así como el día, también existe la noche antes del nuevo amanecer.

¡Aguantemos la cuarentena como una larga noche! Es entonces el momento del “diluvio”. Es el tiempo de aquellos días en los que “estuvo descargando la lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches” (Gen 6,12). Aquel Dios que, después de haber creado al hombre y a la mujer, vio que todo estaba muy bien (Gen 1,31), es el mismo Dios que también vio en tiempos de Noé que la tierra estaba corrompida y se había llenado de violencias por culpa de la humanidad (Gen 6,11-13).

Es el momento pues de estar bajo techo, de estar refugiados, de protegernos del mundo exterior, porque hoy cada una de nuestras casas es un arca de Noé. Es el momento del “desierto”. Es el tiempo de los 40 días y 40 noches de Moisés orando en el monte, sin comer pan ni beber agua (Ex 34,28), aislado de su pueblo, sintiendo la lejanía de los suyos y reflexionando sobre cómo el pueblo de Israel se había puesto de frente a Dios, a veces contra él.

Es el tiempo de aquellos 40 años del pueblo de Israel huyendo de la esclavitud y ansioso de libertad, sufriendo el hambre y la sed, quejándose por las penurias y preguntándose dónde estaba Dios, su justicia y su bondad. ¡Que lo digan quienes sorteando la vida les ha tocado atravesar caminando, como por un desierto, las fronteras de varios países suramericanos para llegar al nuestro!

Es el tiempo de la soledad de Jesús, cuando por 40 días y 40 noches fue empujado al desierto, sin comer ni beber nada, mientras alejado de todos oraba a Dios y era tentado para optar por el mal (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13). Es el tiempo de su “cruz”, cuando agonizante moría solidariamente por nosotros, luego de aquel via crucis de látigos, burla y espinas.

Este es un tiempo turbulento y de sufrimiento: paralizante. Es un tiempo que obliga al ser humano a detenerse y pensar qué ha hecho y cómo ha hecho las cosas. Es el tiempo de recogimiento, oración y reflexión, porque es un tiempo que nos toca a todos la carne. Pero esta cuarentena también es el tiempo que precede al “nuevo orden”, a una “nueva vida”, tiempo en el cual “se acordó Dios de Noé y de todos los animales y ganados que estaban con él en el arca” (Gen 8,1): porque Dios no los olvidó.

Es el largo camino que soportó el pueblo de Israel para conseguir una tierra nueva, que mana leche y miel (Ex 3,17). Son los infinitos días de Jesús en el desierto, donde pudiendo aceptar todo “poder”, revierte el orden de las cosas con el poderoso mensaje del Reino de Dios que él mismo encarna. Son las infinitas horas de cruz que le hicieron preguntar “¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46; Sal 22,2) y a la vez a Dios responderle con la resurrección.

Porque Jesús no estuvo solo, porque después de la cuarentena viene la victoria del nuevo orden sobre el tiempo del desequilibrio que la precedió, porque la cuarentena siempre es el preludio de nuevas situaciones: porque en cada cuarentena siempre se asoma la resurrección.

Toda cuarentena tiene un antes, un durante y un después. Esperar que este tiempo por venir sea igual al tiempo anterior al virus significa no haber vivido el diluvio, el desierto y la cruz con sus implicaciones. ¡Cuidado y no construyamos un desierto en medio del oasis! La cuarentena nos coloca precisamente en la posición de rectificar el camino, cambiar de rumbo, a partir de las respuestas conseguidas en este tiempo ambiguo, difícil, duro, real y dramático, que nos pone de frente a la fragilidad humana y a la muerte.

La cuarentena es tiempo de conversión y cambios profundos. De hecho, cambiarán muchas cosas, pues vendrá el tiempo regenerador: un momento “creativo” durante el cual el hombre tomará de nuevo el cuidado de la creación. ¡Vivamos estos días de guerra contra un enemigo invisible, de la mano del Dios que se hizo hombre para poder verlo entre nosotros! ¡Vivamos este tiempo de suspenso como antesala a un nuevo capítulo de la historia por venir! ¡Vivamos esta cuarentena cuidándonos, porque al hacerlo cuidamos a los demás! ¡Hagámoslo con el espíritu de entrega de nuestro médico beato Dr. José Gregorio Hernández, quien hoy nos protege como lo hiciera hace poco más de 100 años, cuando en la pandemia de la gripe española que azotó al mundo y a nuestro país se volcó como Jesús a los pobres y más necesitados! ¡Recobremos en nuestras casas la importancia del prójimo y la conciencia que somos relación, libertad y solidaridad!

Dr. Ian Carlos Torres Parra

Teólogo de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma). Vicerrector de la Universidad Católica Santa Rosa (Caracas)

Twitter: @iancarlostorres [email protected]