En nuestra llamada era “post secular”, el hecho religioso aún sirve de base para la construcción de identidad individual y comunidad.

Un estudio sobre la descripción cuantitativa de la pluralización religiosa en Colombia publicado  en 2012 en la revista Theological Xaveriana establece que cerca del 70% de la población colombiana se autodenomina como católica (70.9%) o de alguna diversidad protestante (16.7%). Con más del 80% de los habitantes considerándose cristianos, en el sentido más amplio del término, el otro 20% de la población se distribuye de manera desigual entre otras 11 creencias, entre ellas el islam, el budismo, ateísmo y agnosticismo. Mormones y judíos, por su parte, no se encuentran representados en estos estudios ya que constituyen menos del 1% de la población. Sin embargo, los mismos estudios reconocen el crecimiento constante, sobre todo en las grandes urbes como Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, de religiones como el islam y el judaísmo.

La práctica de la fe o pertenecer a ciertas “comunidades de sentido”  no es la misma que hace 200, 100, 50, 25 ó 5 años. Es decir, el denominado “hecho religioso” está constantemente en un movimiento que le hace anclarse y seguir siendo parte vertebral del sentido de la existencia de muchos colombianos hoy.

No basta con ir demasiado atrás en el tiempo. Hace menos de un año, cuando el plebiscito por la refrendación de los acuerdos celebrados entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc entró en su fase de promoción a favor y en contra de los mismos, defensores del “No” argüían desde la fe el porqué votar en contra de dicho plebiscito, muchas iglesias cristianas y católicas hicieron eco de este llamado y el “No” terminó por ganar, aunque la mayoría de medios y encuestas parecían darle una clara victoria al “Sí”.

La mezquita ubicada frente a la Escuela Militar, al noroccidente de la capital colombiana, que reúne fieles del Islam en Bogotá, y que tiene un poco más de cinco años, es un importante punto de referencia para los musulmanes capitalinos. Pero basta también con ver cómo a lo largo de la Avenida Caracas en Bogotá, entre calles 26 y 63 se despliegan a lado y lado de la calle muchas casas y casonas de reuniones protestantes, creencias amazónicas y ancestrales, budismo, etc. ¿qué significa entonces para un bogotano convivir con otras creencias y ser parte de una de ellas? ¿Qué significa la religión hoy? ¿Cuál es el peso de la creencias importadas en la cotidianidad y la política colombiana? Hablamos con tres estufiantes universitarias que no sobrepasan los 26 años y nos contaron su experiencia personal con la religión.

Estereotipos, prejuicios y lugares de enunciación

Belén Jaramillo , estudiante de último semestre de trabajo social, afirma ser colombo-judía. Su condición de judía es gracias no solo a que tiene ascendencia israelí sino que además, afirma, y más importante aún: “lo que define que se sea o no judío es que acojas las costumbres y prácticas de la cultura hebrea”. Enfatiza que lo que ella hace no lo denominaría como religión, que es un estilo de vida, como cualquier otro practicado por nosotros.

Su día empieza a las seis de la tarde, cuando para la mayoría, los que nos regimos por el calendario gregoriano, creemos que el día está llegando a su fin, para ella es el inicio de uno nuevo. Cada acto que representa una celebración en familia como una comida, hasta las actividades más personales como el levantarse, el dormir, etc., cada una de estas actividades van acompañadas de una oración, plegarias que son más que todo agradecimiento. Por ejemplo, al despertar da gracias a HaShem (el dios judío) por volver su alma a su cuerpo, y antes de cualquier otra actividad en la mañana  agradece de manera similar.

Belén también enfatiza que su judaísmo es uno de tantos, que existe una gama de judaísmos que van desde el más ultra ortodoxo a los más liberales o reformistas, en donde incluso existen mujeres rabinos y casamientos homosexuales sujetos a todas las tradiciones hebreas.

Las respuestas de Belén ayudan aclarar que “el judaísmo”, no es, como se piensa, una única y monolítica creencia ortodoxa. Belén afirma que ella respeta cualquier otro estilo de vida incluso de aquellos de sus compañeros y amigos homosexuales y lesbianas de la universidad, que su carrera profesional la ha ayudado a formarse en la comprensión y el respeto por las otras tradiciones y costumbres a las que se ha visto expuesta en las diferentes salidas de campo a las diferentes regiones del país donde aflora la diversidad de gustos culinarios, y de cultos religiosos .

Por su experiencia y lo que ella ha vivido, afirma que así como jamás su familia le impuso una religión, ella no tiene por qué hacerlo con los otros, y tampoco le interesa expandir el judaísmo por el mundo: “eso de que los judíos quieren dominar el mundo, de que todos los judíos son los más ricos o que se creen especiales al estar por encima del resto de la humanidad por ser el pueblo escogido, son solo afirmaciones desde el estereotipo que históricamente se ha construido alrededor de la figura del judío”.

Aunque admite que “puede que haya personas que cumplan dichos estereotipos, como en todo, pero no son la gran mayoría”. Quizás para muchos que juzgan el judaísmo desde el estereotipo construido históricamente como el pillo, el malvado, el usurero, una descripción como la de Belén sorprende al referirse a otras formas de vida y costumbres distintas a la del autodenominado pueblo escogido, y sorprende precisamente porque quizá se juzga desde el estereotipo.

Algo muy similar ocurre con el relato de Camila Sarmiento, estudiante de último semestre de psicología, quien se reconoce a sí misma como cristiana. Ella afirma que donde más siente hostilidad es en la universidad, pues muchos de sus profesores y compañeros, que se autodenominan ateos, agnósticos o liberales, miran desde una imagen negativa, estereotipada y formada desde fuera a cualquiera que se llame cristiano.

Y es que Camila dice que aunque ella hace parte de una comunidad cristiana, hay cosas que le resultan complicadas de aceptar, sobre todo cuando personas cercanas, amigos y familia están involucradas. Por ejemplo, asegura que ella no puede concebir cómo podría rechazar a uno de sus mejores amigos que es homosexual, o una de sus primas lesbiana, si los conoce, si sabe que además de sus preferencias sexuales, tratan de hacer lo mejor que pueden en sus carreras profesionales, sus trabajos y sobre todo en su relación con ella; en eso se desmarca de lo que la mayoría pensaría que dice, piensa y siente un cristiano sobre estos asuntos.

Afirma con desdén que no intenta cumplir una serie de normas porque sí, de ser la copia de una autoridad espiritual, del pastor o el líder de su iglesia, sino que intenta actuar como Jesús lo hizo: “quien se acercó a una mujer samaritana, cuando era prohibido a los judíos juntarse con los samaritanos, quien le dio esperanza a una prostituta, quien amó primero antes que preguntarse qué o quién eres”. Esto podría sorprender luego de las acciones hechas también por una cristiana, Viviane Morales, senadora de la República quien intentó impulsar en el Capitolio nacional un referendo que prohibiera la adopción por parte de parejas del mismo sexo.

Por último, Karen Fajardo, estudiante de filosofía, y practicante de un tipo de danza hindú llamada Bharatanatyam, afirma en cambio que le resulta complicado definirse como “filósofa” o “hinduista”, que aunque reconoce que debemos partir de lugares de enunciación para actuar y ser ante los otros y nosotros, dicho lugar de enunciación es para ella dinámico, móvil y no estático.

 

Asegura que lo que la define a ella es lo que “hace” más que lo que ella “dice que es”, por eso le resulta más fácil decir que “hace filosofía” o que “hace un tipo de danza hindú”. Además reconoce que eso que “hace”, la filosofía y la danza Bharatanatyam, configuran una percepción del mundo y sus creencias de manera que puede darle sentido a su existencia, pero que dicha configuración siempre está en favor de sus gustos, algo pulsional a lo que no puede renunciar, y que al fin y al cabo, fue lo que la atrajo a esta danza y a su carrera.

Lo afectivo parece jugar un papel fundamental en las creencias que las tres jóvenes deciden seguir, parece también algo irrenunciable. Lo “pulsional” parece que es lo mantiene que traten de construir lugares de mediación, de adaptación entre las grandes doctrinas, el discurso desde donde ellas se dicen que son, y el enfrentarse ante unos otros que no comparten sus mismas creencias.

El sentido de comunidad es algo también presente en las tres, incluso en Karen, quien no necesariamente practica la danza Bharatanatyam con un objetivo específicamente religioso. Ella hace saber de la importancia de estar con otros que comparten sus creencias, pero al tiempo de la mediación que, al igual que Belén y Camila, intenta lograr cuando su círculo de comunidad ya no es el de las creencias religiosas compartidas o la de su comunidad de sentido. La comunidad parece también importante a la hora de otorgar identidad, pero también, resulta tensionante cuando estos discursos de comunidad se enfrentan ante lo que son ellas mismas, lo que resulta en una redefinición constante de los límites de sus creencias, todo ello también, y en esto coinciden las tres, por mor del entendimiento con los otros y del respeto de otras formas de dar sentido al mundo.

La adaptación que les permite este hacer compatible sus núcleos principales de creencias y sus deseos, afectos pulsiones y relaciones personales, las hace mediar para lograr encontrar un lugar menos hostil hacia ellas pero también para que ellas no sean el lugar hostil de otros. Lo que logro comprender es la manera como los gustos, los afectos, quien es cada una de ellas, nunca deja de estar presente aunque se enmarquen dentro de grandes categorías de creencias; es más, eligieron creer en este conjunto de creencias por quien son y quién van siendo.

En estos relatos se encuentran categorías recurrentes desde las cuales estas tres jóvenes hablan, pero cada una la llena de un contenido distinto. Camila por ejemplo habla de la sexualidad, de que no se trata solo de una práctica física, sino que tiene consecuencias en su espíritu (la parte que conecta con su dios) y su alma (el lugar de sus emociones y de su identidad). Ella sustenta entonces así su decisión de no tener relaciones sexuales hasta el matrimonio, dice no sentirse culpable, afirma que no siente que se esté cohibiendo, pues no es cumplir por cumplir, pues tiene todo un sentido para ella esa decisión, es por convicción. Karen en cambio habla de su cuerpo como un lugar de constante exploración, un lugar que se descubre con cada experiencia, ella prefiere no nombrar una categoría sexual a partir de la cual enmarque su sexualidad, si lo hace estaría también encasillando su experiencia.

Lo que se encuentra es la manera como unas prácticas comunes al ser encarnadas y apropiadas por individuos concretos, con una biografía singular, hace que la religión y el sentido común que se le dan a unos discursos adquieran matices gracias a cada sujeto. Al tiempo, dichos discursos se convierten en un extremo del polo tensionado con el encuentro con los otros, la pulsión personal, los afectos, los gustos, quienes son y están siendo. Cada práctica que se rutiniza y enmascara la riqueza de lo cotidiano, permite también formar expectativas sobre las experiencias que se viven, pero también resignifican el recuerdo y configuran, en eso tan resbaladizo como el presente, lugares de enunciación a cada sujeto.

Información de: El Espectador